El nuevo Bentley Flying Spur, lujo asiático muy ‘british’

Bentley vende más coches en China que en el resto de los mercados juntos. Viajamos a Pekín para conocer qué les fascina del nuevo Flying Spur

China es el país que más coches Bentley compra del mundo. Por eso la marca inglesa ha organizado en Pekín su presentación internacional, a la que ha invitado a millonarios clientes potenciales. Uno de ellos llega con un Ferrari 458 Italia. Es hijo de un reputado jefe del Ejército. Por su coche ha pagado el precio del mismo más un impuesto del 100% por tratarse de un producto de lujo y algún impuesto extra. Más de 600.000 euros al cambio, o lo que es lo mismo, el precio de otro Ferrari idéntico y de un buen BMW. De él se baja un chaval con camiseta de marca, gafas de aviador y zapatillas deportivas. El Ferrari es su segundo coche después de un Porsche Cayman S. Tiene 20 años.

Que China es hoy el centro del mundo del automóvil no es una novedad, ya que en 2009 superó a Estados Unidos como primer mercado mundial. Lo que sí es nuevo es que lo sea también para los coches de lujo. Así que, cuando Bentley decidió renovar el Flying Spur, mandó a un grupo de ingenieros para conocer qué querían sus clientes chinos, y el resultado fue coches más silenciosos, con una suspensión más suave y con miles de gadgets inimaginables para los ocupantes de los asientos traseros. Un ingeniero de Bentley lo confirma: “Un 60% de nuestras ventas son en China y, aunque no hemos desarrollado este coche para este mercado, sí que lo hemos tenido muy en cuenta”.

El potencial comprador se sube en el coche, lo ve grande y suntuoso, pero no lo compraría: “Es un coche para gente mayor, de más de 30 años”. El comprador medio de Bentley tiene 35 años, y Ferrari, Lamborghini o Porsche tienen promedios más jóvenes, de unos 28 años.




Interior del Flying Spur.




Conforme llegamos al centro de la ciudad circulamos con más cuidado intentando evitar los baches de las calles más antiguas, esquivando los rickshaws, carros impulsados por ciclistas que apenas son hoy una atracción turística. Por segundos pensamos dónde podremos aparcar nuestro Bentley, una preocupación inexistente para los propietarios, ya que el 90% de los clientes de la marca en este país tiene chófer. 

De nuevo en la calle, el Bentley gira algunas cabezas y algún viandante dispara su móvil, otros ni se inmutan. No es habitual verlos pero tampoco fuera de lo corriente en un país plagado de modelos Audi y BMW oficiales y privados. El motor del Bentley, con 625 CV, ha aumentado su potencia y reducido su consumo, y resulta extremadamente suave, casi tanto como la dulce suspensión, la suavísima dirección o el imperceptible paso de una marcha a otra del cambio ZF de ocho velocidades. Si los chinos querían suavidad, el Flying Spur la tiene, con unos silenciadores más grandes para que el motor haga menos ruido y con mejoras en los cristales y cierre de puertas para aislarnos aún más del exterior. La sensación roza lo irreal. China ha vuelto a subir los impuestos a los coches de lujo, y Bentley, como otras marcas, juega sus cartas, por ejemplo con un motor de menos de cuatro litros, el innovador V8, que permite no pagar uno de los numerosos impuestos.

El segundo cliente potencial, amigo del primero, llega a la cita. Tiene 30 años y también conduce un Ferrari 458 Italia. Se llama Zhang Rongchang y es propietario de una fábrica. Al ver el Flying Spur  directamente sube en la trasera. Toquetea y aprueba el mando inalámbrico para el climatizador y el equipo de audio, una sugerencia de este mercado, con clientes jóvenes y con todo tipo de artilugios tecnológicos. Le gusta el coche, pero aún no lo compraría. “Es para gente un poco mayor, quizá dentro de unos años”. Esta nueva generación de compradores no adquieren lujo “porque sí”, tienen criterio. Zhang tiene un Ferrari porque le gusta la herencia de la fórmula 1, el sonido y su agilidad. “Desde que vi el primero en 2001 me enamoré de la marca y pensé que algún día compraría uno. Los sueños a veces se cumplen, y él alcanzó el suyo con 28 años”. Rongchang conduce su coche por las noches de Pekín, cuando hay menos tráfico. Para el día prefiere el Porsche Cayenne, de hecho tiene dos en su garaje, que también utiliza cuando sale de la ciudad para afrontar trayectos más bacheados. Con el Ferrari se acerca a uno de los dos circuitos de Pekín al menos una vez al mes.

Un Flying Spur cuesta en Europa unos 250.000 euros, en China supera los 500.000, que serán 600.000 euros con las nuevas tasas, y aún así se venden cada vez más. De todos modos Bentley no ha querido hacer el Flying Spur únicamente adaptado al estilo chino. Ese honor se reserva para el nuevo SUV EXP9F que la marca lanzará en un par de años con el diseño que tan poco gustó en el Salón de Ginebra, pero con el estilo imponente que gusta en el país oriental. Quizá sea el camino para captar a los millonarios veinteañeros en este país en el que los Bentley aún son “para gente mayor, de los que superan la treintena”. Puede que en el Flying Spur lo hayan conseguido de forma sutil, pero después de probarlo a fondo en Pekín, no cabe duda de hacia quién está dirigida la nueva familia Bentley, fabricada en Europa, pero con un destino comercial que, además de Londres, Los Ángeles, Marbella, la Costa Azul o Moscú incluye, de forma clara, a China.




El nuevo Bentley Flying Spur.




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