La grúa desde dentro

El día comienza nublado y amenaza lluvia. Alejandro tiene puesto un ojo en el ordenador y el otro en la ventana. Si empieza a llover, todo se complicará, comenta mientras sigue a unos pequeños puntos luminosos en la pantalla que parecen tener vida propia. Cada uno de ellos representa a los vehículos de asistencia que él coordina, unos 40, que corretean sobre un mapa de Madrid.

 “Esto ha cambiado mucho y los tiempos de la emisora y el teléfono han desaparecido. Ahora todo está digitalizado”, dice Alejandro Arias, director de asistencia de Pérez del Toro Asistencia, empresa colaboradora de Mapfre.

Mientras tanto, José Luis comienza su jornada en uno de estos vehículos, un camión con capacidad para tres coches. Lo primero que hace es encender su PDA y un teléfono de última generación. Son, junto con la grúa, sus herramientas. Lleva en esto más de 20 años.

“Por aquí, por la PDA, entran todos los datos: coche, modelo, matrícula, nombre del asegurado, teléfono, dirección y un breve comentario de la incidencia”, explica mientras arranca. En la plataforma carga un Citroën con una puerta colgando que ha pasado la noche custodiado en el depósito de la compañía.

Nada más descargar, la PDA empieza a sonar: hay un Volkswagen blanco con el embrague roto en San Blas, en la otra punta de Madrid. El camión lleva un localizador GPS que envía todos los datos a la central y allí se contrasta con el estado del tráfico y con la disponibilidad de otras grúas. Aunque parezca que está lejos, es la mejor opción, la más rápida. En poco más de media hora, el Volkswagen está subido en la grúa y en 20 minutos más tarde, entregado en el taller.

Todo se sucede sin pausa y vuelve a entrar otro aviso: un monovolumen no arranca en un centro comercial de la zona norte. Mientras conduce hasta allí comenta lo duro que es este trabajo, sobre todo con lluvia y frío, pero también lo gratificante. “Engancha”, resume mientras consulta un raído callejero que prefiere al navegador. Al llegar, llama la atención la expresión del cliente, que será una constante durante todas las asistencias: el alivio. “Los conductores, ante una avería, lo que quieren es que les soluciones el problema y nuestra llegada les da tranquilidad”.

José Luis baja con una batería portátil y arranca el coche. La gran mayoría de las averías son eléctricas, seguidas de los accidentes. Los días laborables como este, se suele atender a conductores que viajan solos, pero los fines de semana suelen ser familias enteras. No así las noches del viernes y sábado, en las que los accidentes son habituales, la mayoría son jóvenes y más de uno pasado de alcohol. «El récord lo tiene un chaval de unos 20 años, que recogí dos veces una misma noche en 45 minutos»,  recuerda José Luis.

Un aviso más: una furgoneta en el barrio de Salamanca tiene el turbo inservible y no anda. Se carga en la grúa y se lleva a un taller en la zona de Mercamadrid, al este. El camión para por primera vez en la mañana el tiempo justo de tomar un café y estirar las piernas. Pronto, la PDA vuelve a sonar: un Seat no arranca en Aluche, oeste de la ciudad. La M-40, uno de los cinturones de Madrid, es el camino más rápido.

Una de estas grúas suele hacer unos 350 kilómetros diarios. Sus conductores son especialistas con conocimientos amplios de mecánica y formación contínua. Lo mismo suben un coche a la grúa, que abren otro con las llaves dentro o desbloquean unos frenos. Ya no es suficiente tener el carnet de primera. Si no se consigue el CAP (Certificado de Aptitud Profesional), no se puede trabajar, al menos legalmente.

Unos bornes flojos era el problema del Seat de Aluche. Se aprietan, se arranca el coche y listo. A por otro, esta vez un todoterreno que ha pinchado en el Barrio del Pilar, zona norte.

Milimétricamente, en no más de media hora, la grúa se planta allí. Un bordillo ha arruinado la rueda delantera izquierda. Cambiarla no es fácil, pesa muchísimo, y el gato hay que colocarlo echándose bajo el coche. «Nosotros estamos acostumbrados, llevamos ropa de trabajo y tenemos práctica», comenta José Luis, que en 10 minutos ha completado el servicio.

Ha pasado la mañana y no ha caído ni una gota. «Mejor, menos golpes, ha sido un día tranquilo», sentencia mientras vuelve a la base. Es la hora de comer.

 

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