En Cuba llaman almendrones a los desvencijados coches americanos de los años cincuenta que, en ocasiones gracias a restauraciones inverosímiles, todavía circulan por las calles de La Habana o Santiago. Verdaderas piezas rodantes de museo, recuerdos de la Guerra Fría y la Revolución, para los que no termina de llegar la hora de la jubilación… Los coches cubanos han sobrevivido a Fidel Castro, que ya es mucho.
La reapertura de relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington comportará una puesta al día de la sociedad cubana en muchos aspectos y, sin duda, uno de ellos puede ser también el de la renovación de su parque automovilístico. Pero, de momento, los almendrones siguen rodando.
Una de las consecuencias que trajo el bloqueo comercial a la isla decretado en 1962 por el gobierno norteamericano como medida para intentar frenar la revolución castrista fue la imposibilidad absoluta de adquirir recambios para los Dodge, Ford, Chevrolet, Plymouth, Packard y demás marcas americanas ya establecidas en Cuba antes de la llegada del régimen comunista.
Los propietarios de dichos automóviles se vieron obligados a emplear su imaginación y los recursos locales para mantenerlos operativos: desde motores de tractor soviético a refrigeradores de nevera pasando por las chapuzas artesanales más inverosímiles… todo valía para mantener vivos y en marcha a los que (para muchos cubanos) eran todavía la única posibilidad de disponer de un coche.
Los caribeños, con su ingenio habitual, pronto les pusieron nombre a estas piezas de museo rodantes: almendrones. Es difícil conocer el origen de esta extraña denominación. Según algunos periodistas cubanos es debida a la forma de almendra que tenían los coches de los años 50. Según otros, por los cambios de material y color que van sufriendo con el paso del tiempo estas desvencijadas máquinas.
Evidentemente, seguridad y comodidad es lo que menos cabe esperar al subirse en una de estos coches cubanos, verdaderas piezas de museo rodantes, pero, en un país con una red viaria deficiente y unos transportes públicos primarios, cumplen todavía una función vital de transporte a un precio asequible, incluso para los paupérrimos sueldos cubanos.
JOYAS PARA EL TURISMO
No existe ningún censo oficial sobre cuántos almendrones quedan en Cuba. Las autoridades de la isla afirman que diariamente circulan por La Habana y Santiago (las dos ciudades más importantes) unos 10.000 de estos extraños vehículos, aunque probablemente el número total esté alrededor de los 75.000 en todo el país.
Sea como sea, paradójicamente los almendrones (durante décadas presentados como un símbolo de atraso tecnológico y de pobreza) se han acabado convirtiendo en una de las imágenes icónicas de Cuba y uno de los mayores reclamos turísticos de la isla.
Por primera vez desde el triunfo de “los barbudos”, el Gobierno cubano no solamente no se avergüenza de sus reliquias prerrevolucionarias, sino que empieza a verlas como un patrimonio nacional que debe conservar.
La compraventa de vehículos, autorizada solamente hace tres años, sigue por ahora reservada a los cubanos, pero también desde Miami empiezan a llegar cantos de sirena de la numerosa colonia cubana para importar almendrones originales al continente en cuanto las barreras comerciales caigan por completo y se permita ya el libre comercio entre ambos países.
Conscientes de ello y de que en los nuevos tiempos que han de venir tener un almendrón en el garaje será como tener un tesoro, el valor de estos coches cubanos se ha multiplicado exponencialmente en poco tiempo.
Un paseo por el Viejo Malecón (virtualmente tomado por almendrones de todo tipo, tamaño y condición) basta para darse cuenta de la evolución del concepto: las chapuzas ingeniosas no han desaparecido, pero son cada vez más frecuentes las restauraciones profesionales destinadas a servicios de taxi para turistas.
Mientras tanto, y a la espera de ver cómo cambian las cosas en la perla del Caribe, por 25 dólares la hora todavía es posible viajar en el tiempo y sentirse como una diva del Hollywood de los 50 en el enorme asiento trasero de un Cadillac, un Buick o un Studebaker.
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