La ventaja de que me guste tanto conducir (ya sea un coche o una moto) es que no me inquieta lo más mínimo recorrer cada día laborable un centenar de kilómetros para ir y volver al trabajo, un millar de ellos a la semana sumando los de ocio, para completar más de 50.000 al año. Disfruto de la mayoría, excepto en los insoportables atascos de Madrid, entre otras cosas porque cada poco tiempo suelo hacerlo con vehículos distintos y eso siempre supone un aliciente añadido importante. Son ventajas de este trabajo que tengo la suerte de ejercer, lo reconozco… En consecuencia, paso bastantes horas en la carretera y de lo que no me libro es de algunos hábitos de otros conductores (prometo que no míos, precisamente por lo que me irritan) que no consigo soportar por mucho que asuma que no me queda otra que convivir con ellos. Estas son las cinco costumbres odiosas que más me sacan de quicio al volante. Seguro que en alguna coincidimos:
El adicto al iPhone. Me preocupa especialmente el problema que representa la falta de atención que están provocando los teléfonos móviles entre los conductores. Lo de menos es ya mantener una conversación, cada día vemos a decenas de automovilistas revisando su mail, leyendo noticias o incluso escribiendo WhatsApp o respondiendo el Facebok. No se cortan ni un pelo, iluminan su rostro con una gran pantalla cuando cae la noche y van generando constantemente situaciones de peligro en la circulación.
El pasota del intermitente. Más allá de la importancia que pueda tener señalizar de forma conveniente una maniobra, un cambio de carril o de dirección, lo que me enerva de todos aquéllos que pasan como norma de poner el intermitente es la falta de respeto hacia el resto de los usuarios de la calzada que esta actitud representa. El gesto para accionar esa lucecita que funciona y no funciona es tan simple como mover un dedo, así que no hacerlo es un síntoma evidente de que a ese personaje los demás le importamos un comino.
El 'fumón' temerario. Ni se me ocurriría entrar en disquisiciones sobre el perjuicio que el tabaco supone para la salud, que cada uno haga lo que quiera con su cuerpo. Lo que me parece intolerable es que a estas alturas de película sigan existiendo terroristas que arrojen colillas por la ventanilla; no sólo supone una actitud incívica hacia los demás usuarios (especialmente a los motoristas) sino también un delito por el riesgo de incendio que acarrea ese gesto impresentable.
El listillo habitual. Intento llevar los embotellamientos lo mejor posible, resignación lo llaman. Escucho música o algún podcast interesante y me lo tomo con paciencia. Hasta que llega el punto de salida de la vía principal o la incorporación a una nueva; entonces mi instinto asesino sale a relucir para ponerme a alerta contra el listillo habitual. Sí, ése que cree ser más que nadie, más espabilado y habilidoso cuando en realidad es un geta de tamaño monumental que sólo pretende colarse en ese carril. Y como decía antes, no es que me preocupe lo más mínimo perder una posición o tres segundo en la fila, lo que me saca de mis casillas que es se pueda tener tan poca consideración hacia el resto de la humanidad.
El que se compra un carril. Otro perfil definido con claridad y que todos conocemos. Invertimos decenas de millones en mejorar las carreteras con vías de más capacidad para acabar circulando todos por el mismo carril de la izquierda. Nos podríamos haber ahorrado esos impuestos para invertirlos en algo más provechoso, ahora que soportamos tantas carencias públicas… El planteamiento de estos conductores que se compran un carril es colocarse en el que les resulta más cómodo, acoplarse a la velocidad que les parece idónea y los que vengan detrás, que arreen. Ellos van felices y relajados, nadie les estorba, evitan maniobras (y posiblemente el complicado gesto del intermitente) y asunto resuelto. Y les resulta indiferente que alguien les avise con ráfagas de que van estorbando o incluso que les deban adelantar por la derecha. Ande yo caliente… En fin, vamos a dejarlo que me estoy poniendo de mal humor incluso sentado delante del ordenador.
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