Es una reflexión recurrente en mí, pero que casi alcanza la categoría de obsesión durante estos días, cuando tanto disfruto siguiendo el Dakar (como aficionado y periodista). La Prensa se hace eco del desarrollo de la competición, los aficionados esperamos ilusionados los triunfos de nuestros ídolos y muchos confían en que lleguen para poder celebrarlos con ellos, salir en la foto, apuntarse el tanto, presumir de lo bien que va el deporte en España… Sí, me refiero a los políticos, a las autoridades (aunque quizá este término habría que reconsiderarlo visto lo visto), ministros, secretarios de Estado, presidentes de autonomías o alcaldes. Los mismos, todos ellos y cada uno en lo que le toca, que durante el resto del año prohíben a esos deportistas practicar la actividad de la que tanto se felicitan a continuación. Paradójico…
La persecución que la moto de campo sigue sufriendo en este país es un sinsentido mayúsculo, pero más aún que sus responsables acto seguido se jacten de lo estupendos que son estos chicos, de lo mucho que hacen por esa ‘Marca España’ que nadie sabe muy bien de qué va. Porque Marc Coma, Laia Sanz, Joan Barreda, incluso Nani Roma o Carlos Sainz con sus coches, en realidad son delincuentes a los ojos de una legislación tan ridícula como anacrónica. Si cualquiera de ellos abandona el asfalto para pisar una brizna de hierba o la tierra de un camino, automáticamente se convertirá en un forajido, en un fuera de la ley que se arriesga a ser perseguido, detenido y sancionado. Eso sí, después, cuando gane el Dakar (o un título mundial de enduro o trial), aparecerá algún oportunista dispuesto a felicitarle, sin preguntarse cómo demonios puede ese campeón tan lustroso entrenarse para llegar a ser tan bueno…
En mi opinión, ésta es una de las expresiones más clamorosas de la demagogia con la que nos podemos encontrar. Porque se trata de prohibir por prohibir, de apostar por la solución rápida y sencilla, sin plantearse otras que deben encontrarse con trabajo, diálogo, ingenio y sentido común. Nadie discute, empezando por los propios deportistas, que el medio natural exige una regulación que evite tropelías y las sancione cuando se produzcan. Pero de ahí a limitarse a dinamitar directamente cualquier posibilidad de practicar estas modalidades, media un abismo. Un colectivo que lleva décadas reclamando atención y compresión, dispuesto a colaborar para alcanzar acuerdos beneficiosos para todos y que, sin embargo, una vez tras otra es ninguneado por las autoridades correspondientes.
Este desprecio hacia ciudadanos respetables, hacia contribuyentes que son tratados como delincuentes, incluso lo tengo ya asumido, he aprendido a convivir con ello. Sin embargo, lo que me enerva, lo que me saca de mis casillas y me impulsa a escribir estas líneas es que, además, tenga tan poca dignidad como para subirse al carro de los éxitos de aquéllos a los que desprecian de manera vergonzosa. Por desgracia, nuestra capacidad de asombro con estos personajes es cada día menor, podemos esperar cualquier cosa de ellos…
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