Un estudio que en su día realizó Audi arrojaba resultados alarmantes: tres de cada cuatro conductores españoles en alguna ocasión se ha preguntado en su destino cómo había llegado hasta él. Terrible, ¿verdad? Es lo que los especialistas denominan conducción subconsciente, es decir, desplazarse a los mandos de un vehículo sin prestar la atención necesaria que exige el tráfico, las indicaciones, el resto de los automóviles o los peatones.
La amenaza que este comportamiento representa para la seguridad vial es tan evidente que no creo ni que merezca mayor explicación. Pero incluso más preocupante, si es que este fenómeno no lo es ya suficientemente, me parece la tendencia creciente de los automovilistas a prestar atención a muchos factores externos a su actividad en detrimento de lo que realmente les debería ocupar, que no es otra cosa que concentrarse en la conducción. El pronóstico no falla; el coche que nos precede se desvía de su trayectoria, no se mantiene en su carril o reduce exagerada e innecesariamente la velocidad… y en su interior encontramos a un irresponsable mirando la pantalla de su teléfono inteligente, sin duda mucho más que él.
Para muchos se ha convertido ya en una costumbre, en la normalidad al volante. No es ya que marquen dígitos para realizar llamadas telefónicas, es que chatean, contestan sus correos electrónicos, responden a comentarios en Facebook, miran las indicaciones de un navegador o siguen las últimas actualizaciones de su Twitter. En definitiva, desplazan su vista y su atención hacia una pantalla abandonando la que exige la carretera: el coche que tiene delante, la moto que atraviesa una intersección o el niño que cruza la calzada. Y cuando su reacción quiera llegar, será demasiado tarde, habrá cometido una distracción que puede resultar asesina. Así de simple, así de crudo, así de irracional…
En ocasiones, comento el asunto con otros conductores y parecen restarle importancia. No les resulta tan tremendo manejar el dichoso telefonito mientras conducen, total son sólo unos segundos… La verdad es que no doy crédito a que alguien con un coeficiente intelectual medio pueda pensar así. Me irrita sobremanera esa actitud, no por la insensatez de quien la tiene (que también) sino por lo que pone en juego de forma tan gratuita y peligrosa: la vida de otras personas. Y no me olvido, por supuesto, de los peatones que caen en la misma sandez cruzando la vía sin estar pendientes del tráfico porque tienen algo muy urgente que resolver en la pantalla de su móvil.
Creo que todos deberíamos reflexionar al respecto, hacer un ejercicio de autocrítica y responsabilidad, ser consciente de que llevamos entre manos un vehículo que puede ser mortal y respetar la vida de quienes nos rodean. Sólo así podremos exigir lo mismo para nosotros y los nuestros, intentando evitar que algún día tengamos que arrepentirnos de un hábito que atenta contra el sentido común.
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