En los últimos meses, quizá con más insistencia en las últimas semanas, se está debatiendo en profundidad sobre los riesgos de los neumáticos reciclados. Las apreturas económicas han llevado a muchos a optar por este tipo de producto de segunda mano y se calcula que más de un millón de vehículos circulan por las carreteras de nuestro país con ellos. Quienes se decantan por esta alternativa ignoran los riesgos a los que se exponen, porque la calidad de las cubiertas deja mucho que desear. Nunca hay una segunda vida para un neumático, por mucho que algunos intenten hacernos creer que es así. Muy al contrario, la tecnología de las marcas reconocidas y sus gamas de productos son las únicas que pueden garantizar que circulemos en condiciones óptimas, las únicas que pueden evitar accidentes que en ocasiones resultan fatales.
Podríamos pensar que éste es únicamente un argumento previsible de los fabricantes de neumáticos, que desde luego están sufriendo en su facturación los efectos de tal tendencia. Nada más lejos de la realidad. Personalmente, no es que necesitara convencerme al respecto, porque conozco lo suficiente del asunto como para tenerlo más que claro desde hace mucho tiempo. Pero para reforzar mi criterio me ha resultado muy provechosa una reciente visita que he realizado a la factoría que Michelin tiene en Lasarte (Guipúzcoa). Es una planta dedicada prácticamente a los neumáticos de motocicleta, de allí sale casi la totalidad de la producción de Michelin para el sector de las dos ruedas y tanto su rendimiento como tecnología son un referente dentro de una marca líder en el sector.
Descubriendo sus instalaciones, el proceso de producción, la sofisticada maquinaria utilizada, la cualificación de sus casi 600 empleados y el exigente proceso de calidad al que se somete a cada neumático (verificando uno a uno el millón y medio que saldrán este año de Lasarte) es fácil entender las razones por las que un producto reciclado jamás podrá estar al nivel de un neumático original y de una marca de prestigio. En Lasarte, cada uno de sus trabajadores se entrega en cuerpo y alma a su actividad, fieles a la filosofía de la propia empresa, que se siente garante de la seguridad de sus clientes, especialmente hablando de una cubierta para moto, con la estabilidad comprometida de su configuración de dos ruedas.
Me sorprendió gratamente el mimo, el esmero y la atención con la que estos empleados, de una media de edad baja en su mayoría, se dedicaban a su actividad. Nada que ver con lo que podríamos suponer en una fábrica de este estilo, en la que quizá la rutina o la despreocupación se entenderían por aquello de la repetición cotidiana (la fábrica está en funcionamiento seis días a la semana durante 24 horas al día). Ellos no trabajan en Michelin, son parte de Michelin y la empresa se preocupa por ellos tanto como ellos por la empresa. ¿Qué tiene que ver esto con la calidad de los neumáticos? Pues mucho: los fabrican máquinas robotizadas de última generación pero controladas por la gestión de personas que saben de la trascendencia de su labor.
Si a todo ello sumamos el saber hacer de una compañía que lleva más de cien años produciendo neumáticos, su tecnología de vanguardia y su compromiso con sus clientes el resultado se antoja, definitivamente, incomparable al de un producto reciclado que jamás tendrá las virtudes de los que nos ocupan. Yo he comprado, como casi todos supongo, muchas cosas de segunda mano pero jamás depositaré mi seguridad y la de quienes me rodean en unos neumáticos de tan dudosa procedencia y características. Prefiero quedarme sin ir al cine, sin salir a cenar o sin darme algún capricho antes de jugármela en la carretera. Y más ahora que conozco a los chicos de Michelin en Lasarte… El milagro diario del caucho está en las mejores manos.
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