No todos estamos igualmente capacitados para manejar un vehículo, algunos no lo están nada. Partiendo de la base de tan tremenda obviedad, la responsabilidad de los centros de reconocimiento que expiden los certificados médicos para la obtención o renovación del permiso de conducir deberían detectar a aquellos aspirantes que carecen de las facultades mínimas para ponerse en la carretera. Hasta aquí todo resulta tan evidente como lógico, el problema surge cuando se constata que existen profesionales de este sector que no cumplen con sus obligaciones con la pulcritud exigible.
Por supuesto que no se trata de generalizar, hacerlo con cualquier colectivo supone un error de dimensiones monumentales. Sin embargo, parece indiscutible que determinados centros médicos o sus facultativos pasan por alto las limitaciones de muchos conductores y hacen la vista gorda al respecto, imagino con la intención de asegurarse un cliente para futuras ocasiones. Si el médico no nos pone pegas cuando quizá debería hacerlo, un problema menos para quien tiene que cumplir con estos trámites.
Para empezar, cualquiera que se haya sometido a estos reconocimientos en alguna ocasión seguramente haya podido comprobar el poco rigor con el que ejercen ciertos profesionales. Comprobaciones básicas, sin grandes exigencias y enfocadas como una simple rutina a la que no dedicarle más tiempo del imprescindible para encontrar rentabilidad a la tarifa del servicio. Triste pero tan real como los muchos testimonios que podemos escuchar al respecto, sin que tanta negligencia parezca importante para la mayoría de nosotros.
Claro, todos pensamos que somos plenamente capaces de conducir y por eso tampoco aspiramos a que la severidad de las pruebas sea excesiva. Lamentablemente no siempre es así y muchos conductores que no deberían salir a la carretera lo hacen con el riesgo considerable que supone para ellos mismos y el resto de los implicados en la circulación. Y en este caso me remito también a la experiencia propia (que puede ser comparable a la de cualquiera) para argumentar el asunto, con dos ejemplo recientes de los muchos que podemos presenciar en el tráfico diario.
Primer caso. Un Opel Vectra circula en dirección contraria por la calle de acceso a un gran centro hospitalaria de Madrid; a su volante, un octogenario conductor que bastante tiene con buscar el acceso al aparcamiento como para fijarse en las dos enormes señales de prohibido que flanquean la vía o atender a los aspavientos de varios peatones que intentan advertirle de que circular a contramano. Claramente su atención y agilidad mental son inferiores a las exigibles para realizar una actividad como la que nos ocupa.
Segundo caso. Atascos incomprensible e inesperado en una calle de un solo carril en el centro de la ciudad. Los coches permanecen bloqueados hasta que el ocupante de uno de ellos desciende para asistir a una mujer, igualmente de avanzada edad, en las maniobras de estacionamiento, que no consigue finiquitar por una evidente falta de movilidad de su tren superior, agravada por una obesidad manifiesta. Apenas puede girar la cabeza hacia atrás y le cuesta mover los brazos. En esta ocasión, su condición física no tiene mayor trascendencia que la de hacer perder un par de minutos al resto de los automovilistas, lo preocupante es pensar qué sucederá cuando la protagonista deba enfrentarse a una maniobra inesperada en carretera, rodeada por otros vehículos y a alta velocidad. Desastre a la vista…
Me temo que, amparada por la picaresca típicamente española, está la percepción de que estas cuestiones no son para tanto, tampoco es plan de ponerse exquisito con quien tan sólo pretende seguir conduciendo. Y así nos va, en esto y en otras muchas situaciones inverosímiles de nuestra sociedad. Lo graves es que esa negligencia profesional de ciertos médicos pone en peligro la vida de muchas personas, no se trata de que un chapuzas nos arregle mal la nevera o de que en el supermercado nos vendan unos filetes que haya que cortar con motosierra.
Tampoco me sirve el argumento de que este tipo de conductores suelen ser más prudentes que la mayoría. Probablemente sea así, sólo que eso no garantiza que estén capacitados para reaccionar ante un imprevisto que nada tiene que ver con su actitud. Circular en dirección contraria quedará en un simple incidente si de frente no llega otro vehículo que no sepa o no pueda enfrentarse con acierto al imprevisto.
Todo se reduce a una simple cuestión de conciencia, del prurito de los profesionales que deberían velar para que, ciñéndose a la normativa vigente, sólo circulen aquéllos que están realmente cualificados para hacerlo. No se trata de discriminaciones ni tampoco de imaginaciones, sí de ser al menos tan pulcros con las personas como con los vehículos. Y esta ITV de los conductores no debería resultar tan laxa como todos sabemos que es.
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