En los últimos tiempos, detecto cierta preocupación o inquietud entre algunos responsables de grandes marcas del sector de la automoción. Se enfrentan a incertidumbres a corto y medio plazo que intentan vislumbrar con anticipación, es su única oportunidad para atajarlas. Y es que parece evidente que el uso y posicionamiento del automóvil está cambiando de forma significativa en los últimos tiempos y más podría hacerlo incluso en los próximos años. El reto medioambiental es evidente, pero no menos importante la forma en la que las nuevas generaciones resuelven sus necesidades de movilidad.
La tendencia (siempre hablamos de generalidades, por supuesto que individualmente se puede encontrar de todo) entre los jóvenes apunta a una dependencia cada día menor del coche propio. Sus prioridades parecen ser otras y prefieren disfrutar de experiencias que de objetos. Mejor gastarse el dinero en un viaje que en el mantenimiento (y no digamos ya en la adquisición) de un vehículo… La movilidad colaborativa, el alquiler en momentos puntuales y, por supuesto, el transporte público (incluyendo billetes de avión a precio de autobús)se convierten en alternativa que tienen en consideración estos nuevos usuarios, más interesados en un móvil de última generación que en ponerse al volante de ese primer utilitario de segunda mano con el que tantos soñábamos en nuestra adolescencia, hace ya quizá demasiado tiempo.
Esta, llamémosla así, desconexión de la juventud con la movilidad personal ya ha sido detectada por los fabricantes, que debaten internamente la forma de dar respuesta a las necesidades de una nueva generación de usuarios y, además, atraerlos hacia un mundo que parece resultarles completamente ajeno, indiferente. No es una labor sencilla y causa cierta preocupación en este entorno, se trata de una dificultad más a añadir a un escenario ya de por sí bastante complejo por la saturación del tráfico, las limitaciones a la circulación, la siniestralidad, la contaminación… En la industria del automóvil se trabaja, como no podía ser de otro modo, a largo plazo y las marcas piensan ya hoy en retos en torno al 2050. Y ese ejercicio de proyección resulta fundamental no sólo para su éxito, también para su supervivencia: un paso en falso y corregir el rumbo puede resultar costoso y en ocasiones desastroso.
La advertencia es real y la industria observa con atención los movimientos de sus futuros clientes. Fabricar coches para compartir, disponer de servicios eficaces y accesibles de alquiler, promover tecnologías adaptadas al entorno urbano, combinar con inteligencia el transporte privado con el público… Mil y una fórmulas por explorar, por definir y analizar que serán cruciales para definir cómo será el coche del futuro y, muy especialmente, qué utilización se hará de él. Lo indiscutible es que algo está cambiando y aquéllos que sepan interpretarlo tendrán mucho ganado.
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