Un buen amigo se ha declarado en rebeldía contra el nuevo límite de velocidad en las carreteras convencionales. He intentado convencerlo de que seguramente no sea una buena idea, no lo he conseguido. Lo curioso es que se trata de una persona mesurada y un conductor impecable. Pero afirma que está ya cansado de lo que considera una persecución injustificada al automovilista. Y lo cierto es que argumentos no le faltan, los esgrime incluso con vehemencia, tantos que está dispuesto a asumir las consecuencias que puede acarrear su decisión.
Me contaba que tiene todos los puntos en el carnet y que espera que siga siendo así. Su perfil no se corresponde, desde luego, con el de un automovilista irresponsable, más bien lo contrario. Conduce un Audi Q5 TDI de su empresa y también es motorista, así que hace un par de años se dio el capricho de una BMW GS 1200. Usa el coche a diario y viaja frecuentemente, tanto en automóvil como en moto, unos 35.000 kilómetros al año. Y sin sanciones hasta ahora, que se desentiende de las normas.
No admite que la única solución que puedan aportar desde la Dirección General de Tráfico (DGT) para reducir la siniestralidad sea limitar la velocidad en las carreteras convencionales, igualando por abajo a la mayoría de los vehículos. Tampoco entiende que deba circular con su flamante todocamino al mismo ritmo que un autobús, esos 90 km/h que no encuentra ajustados en absoluto a su atención a la conducción, las características de su coche y la seguridad objetiva y subjetiva que le ofrece.
Se niega a que se acorrale de ese modo a los conductores mientras se mantiene una red viaria descuidada, repleta de trampas para los usuarios (su sensibilidad al respecto se dispara cuando va en moto), y no se persiga con más efectividad y dureza lo que en su opinión es la gran lacra actual de la circulación: las distracciones. Cierto es que, cuando le he acompañado conduciendo su coche, jamás le he visto mirando al móvil, tan sólo responde llamadas con el manos libres y con la mayor brevedad posible.
Por todo esto me ha sorprendido de forma soberana su rebeldía, yo lo catalogaría como un conductor modélico, para nada podía imaginar que verse a 90 km/h por carretera iba a causar semejante convulsión en su actitud. Cruza las poblaciones a 50 por hora clavados, jamás se precipita en una intersección, conoce la dinámica de las rotondas como nadie, se detiene sin excepciones en los pasos de peatones… pero se niega a circular a una velocidad que califica como ridícula por una mera imposición sin argumentos sostenibles.
Como le gustan los coches tampoco le faltan soluciones para que la velocidad deje de ser el chivo expiatorio de la DGT. Me habla de una mejor formación de los conductores, nuevos y veteranos; de expulsar de la carretera la chatarra sobre ruedas; de ser más estrictos con el cumplimiento de las inspecciones técnicas; de un mayor control de la capacitación física y mental de los automovilistas; de la educación vial como asignatura obligatoria en las escuelas; de la obligatoriedad de sistemas y asistentes de seguridad en todo tipo de vehículos… En fin, que ideas no le faltan y preocupación por la siniestralidad en la carretera, tampoco.
Sin embargo, se revuelve contra lo que considera un sinsentido y sostiene que seguirá circulando a una velocidad adecuada y segura independientemente de lo que indiquen las señales de tráfico. Yo le repito que me parece arriesgado… aunque también lo entiendo perfectamente y sus argumentos son casi irrefutables. Sobre todo, insisto de nuevo, porque conozco a pocos conductores más responsables que él y estoy seguro de que jamás será un peligro en la carretera. No todo se reduce a la velocidad, en eso tiene razón. Veremos cómo acaba su insurrección.
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