La descubrí, como todos, en el pasado Salón de Milán pero por fin he podido probarla. La Street 750 supone una auténtica revolución para Harley-Davidson y, como tal, está resultando bastante controvertida incluso antes de su lanzamiento, que se producirá a finales del próximo mes de abril. Mis impresiones sobre la moto ya las he ofrecido en la web Motormercado de AS.com, así que en estas líneas quería referirme a la filosofía del producto, con un planteamiento radicalmente diferente respecto a lo que hasta el momento habíamos conocido en la marca estadounidense.
Para dejarlo claro desde el comienzo, ésta es una Harley para quienes no saben lo que es una Harley. Si eres apasionado de la leyenda de Milwaukee, si ya conduces una de sus motos o si lo has hecho antes… olvídate de la Street. Simplemente no está concebida ni pensada para ese perfil de cliente sino justo el opuesto: una puerta de acceso a la marca para aquéllos que de otro modo no se plantearían por cuestiones como su tamaño y, por supuesto, su precio. Harley-Davidson necesita nuevos clientes, rejuvenecer su perfil e introducirse en lo que ahora se llaman mercados emergentes, principalmente en el sureste asiático. Un planteamiento empresarial lícito y predecible, las compañías deben redefinir su negocio de manera casi permanente, adaptándolo a la coyuntura como premisa de su supervivencia.
Por eso la Street es la primera Harley de bajo coste que se concibe bajo tal pliego de condiciones. La familia Sportster, mítica desde los años 50, es la básica en su oferta y con unos precios que se pueden considerar accesibles, pero en modo alguno tiene el planteamiento de la recién llegada. La Street 750 recurre sin pudor a soluciones que permiten abaratar su precio incluso sacrificando cualidades que hasta ahora se consideraban irrenunciables para H-D. La calidad de determinados componentes y de ciertos acabados dista mucho del estándar en el resto de sus modelos, a simple vista se aprecia que esta Harley tiene poco que ver en ese sentido con lo ya conocido…
Y es así como se llega a una de las claves del debate: ¿quién puede apreciar tales detalles que la diferencian y condicionan? Pues lógicamente quienes dispongan de una referencia anterior, todos aquéllos que ya sepan lo que es una auténtica Harley y valoren ese acero de Milwaukee que ninguna marca ha sido capaz de imitar. Justo los clientes a los que no va dirigida la Street, una moto urbana que deberá cimentar su éxito comercial en jóvenes motorista sin experiencia previa en el mundo Harley, en un público femenino que valore virtudes como la ligereza o la manejabilidad y, por supuesto, en nuevos usuarios de India, China, Malaisia, Tailandia, Singapur…
Para acceder a esos mercados vitales estratégicamente para la supervivencia de la marca (una mínima penetración en cualquiera de ellos supone prácticamente superar las ventas casi de toda Europa), en Harley-Davidson se han visto abocados a fabricar una moto que seguramente ni ellos mismos hubieran imaginado hace unos pocos años. Y están en su derecho de hacerlo. Porque para que todos sus incondicionales puedan seguir disfrutando durante mucho tiempo de esas legendarias motos americanas, lo primero es garantizar que la compañía tiene viabilidad en un contexto cada día más globalizado y dependiente de ese crecimiento internacional. Llegados a este punto, parece obvio que sería difícil vender en India o Tailandia las espectaculares Touring de más de 25.000 euros.
La llegada de esta Harley ‘low cost’ se interpreta como una amenaza por muchos de los apasionados de este mito sobre dos rueda, casi un ataque frontal que hace tambalearse una tradición de 110 años fabricando motos extraordinarias. No debería ser, creo, ésa la lectura. Harley seguirá produciendo esas máquinas especiales y únicas, atendiendo a sus clientes desde el convencimiento de que son su principal activo y desarrollando innovadores proyectos para satisfacer sus exigencias (la muestra más reciente la tenemos en el Rushmore). Pero de forma paralela asumen el reto de ser capaces de hacer crecer ese mercado global, convertir a la Street en el trampolín desde el que muchos profanos puedan saltar a continuación a otros modelos de su gama, además de disfrutar de la experiencia de conducir una Harley sin necesidad de realizar un desembolso inviable para muchos y en tantos lugares del planeta.
Son dos líneas de producto bien diferenciadas y que deberían ser capaces de convivir en armonía. Confío en la capacidad de una marca de indudable maestría en el marketing para gestionar este nuevo escenario con acierto, porque también pienso que existen ciertos riesgos a los que deben permanecer muy atentos (¿qué ocurriría si Rolex decidiera fabricar relojes de plástico de 100 euros, aunque mantuviera sus joyas artesanales de 15.000?). Desde luego que el planteamiento de una Harley para cada cliente es respetable y asumible, pero siempre teniendo muy presente cuál es la esencia y el fundamento de su éxito, un fenómeno sin prácticamente paragón en la industria de la automoción. No perder de vista este horizonte será la única forma de que Harley-Davidson continúe siendo una marca de culto durante otro siglo más…
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