¡Hola de nuevo a todos!
El verano se ha hecho largo para mí entre las paredes de esta Redacción, pero por fin dentro de unos días llega el turno para mis vacaciones. Debo coordinarlas, claro está, con el resto del equipo de la Sección de Motor del AS, especialmente con nuestros enviados especiales a los grandes premios de Fórmula 1 y MotoGP, que tienen condicionado su descanso a la coincidencia con el parón de la actividad en los circuitos. Pero ya regresan las carreras y con ellas empiezan mis vacaciones, así que durante las próximas semanas también tendré este espacio algo desatendido. Estoy seguro de que me disculparéis, es por una buena causa…
Tras muchos años de veraneo al estilo más convencional (ya sabéis: familia, playa o montaña, mucho descanso, tranquilidad y buenos alimentos…), desde hace un par de ellos decidí probar a desconectar con algo mucho más activo como son los viajes en moto. Y el experimento me gustó, tanto que ahora me cuesta imaginarme dos semanas tirado al borde del mar, sin un manillar entre las manos y recorriendo kilómetros… o en este caso millas. Sí, me marcho a Estados Unidos con el objetivo de completar más de 2.000 millas (cerca de 4.000 kilómetros) por la península de California sobre una Harley-Davidson Electra de alquiler.
Sé que es un planazo y no pretendo dedicar estas líneas a poner los dientes largos al personal, faltaría más… Pero sí me gustaría compartir con vosotros mis sensaciones previas a este gran viaje en moto, tan diferente a las que, como digo, tenía en esas anteriores vacaciones típicas de años pasados. Viajar en moto no tiene nada que ver con hacerlo en coche. Puede resultar una obviedad pero quienes tengan criterios de comparación me entenderán perfectamente. La relación con la carretera, con la ruta, la necesidad de ser autosuficiente con el exiguo espacio de carga disponible, el viento en el rostro, la vulnerabilidad ante las inclemencias del tiempo, el agotamiento, la diversión, los olores y los colores… todo es diferente sobre dos ruedas y descubrirlo es algo que recomiendo encarecidamente a quienes no hayan tenido oportunidad de hacerlo. Nunca es demasiado tarde y la experiencia será inolvidable, podría garantizarlo.
Yo me convertí en viajero en moto tardío y ahora me arrepiento de ello. Durante muchos años, subirme en una moto fue para mí sinónimo de velocidad, descontrol y diversión. Cuanto antes llegara al punto de destino, mejor; el desplazamiento era un trámite y alcanzar la meta, el objetivo. Un planteamiento radicalmente opuesto al que he comenzado a disfrutar desde hace no mucho. Quizá sea por aquello de cumplir años, pero he aprendido a saborear cada kilómetro sin prisas, con todos sus matices, con todos sus encantos, como es imposible hacer si sólo puedes fijarte en la próxima trazada, en cada punto donde debes frenar, en los movimientos amenazantes del coche que te precede… Muchos de mis amigos no lo entienden… y yo entiendo que no lo entiendan porque durante largo tiempo fui como ellos. Por eso no pretendo convencer a nadie, sólo compartir un placer que antes no había ni siquiera llegado a imaginar.
Así que pronto estaré subido en una Harley, con la mejor compañía del mundo y con el horizonte como único destino que perseguir. El teléfono sonará poco (en España dormirán mientras yo ruedo), el correo electrónico tendrá que esperar más de lo habitual y el Facebook sólo servirá para compartir con mis amigos algunos de esos momentos irrecuperables que se capturan en una imagen (prometo no ser muy pesado). También tendrán menos atención para mí las carreras y mis preocupaciones en el AS y fuera de aquí. Tengo la sensación de que, lamentablemente, a todos nos espera un otoño difícil, así que me he propuesto coger oxígeno para intentar sobrevivir a esta coyuntura que parece conducirnos de forma irremediable a la ruina. Me ha costado mucho tiempo, esfuerzo y sacrificio ahorrar el dinero necesario para este viaje (eso sí, bien invertido al ponerme en manos de los especialistas de EagleRider), pero creo que mi cuerpo y mi alma lo necesitan.
Confío en no haber molestado a nadie por compartir con vosotros éstas casi diría intimidades, pero quería despedirme por unas semanas como merecéis. Espero que sigáis por aquí a mi vuelta, ya os contaré cómo ha ido todo.
Feliz verano.
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