Por qué Trump tendrá 12 coches presidenciales (y otros no usaron ninguno)

Hasta 1918, el presidente de los Estados Unidos no disponía de un vehículo para su uso exclusivo. Ahora hay una flota de más de diez siempre disponible.

La Bestia: uno de los coches-tanque de Obama que también llevará Trump (modificado).

En 1918, los ciudadanos norteamericanos comenzaban ya a hacer del automóvil su medio de transporte habitual y las grandes avenidas se llenaban de coches, pero el presidente de los Estados Unidos no disponía aún de un coche oficial a cargo de los presupuestos del Estado.

La situación era grotesca. Como todos sus predecesores, Woodrow Wilson (presidente de 1913 a 1921) disponía de un lujoso tren presidencial siempre preparado en la estación central de Washington, pero ese privilegio resultaba tan anacrónico como poco práctico, porque cuando el inquilino de la Casa Blanca deseaba viajar por carretera había que pedirle prestado el coche a cualquier funcionario.

O eso… o pagárselo de su propio bolsillo, que es exactamente lo que hicieron sus antecesores en el cargo –William McKinley (1897-1901) y Theodore Roosevelt (1901-1909)– cuando con su dinero adquirieron dos bonitos Stanley Steamer y contrataron a dos chóferes para poder estar seguros de disponer en todo momento de un coche a su disposición.

Claro que tal decisión comportaba un pequeño problema añadido, y era que ningún vehículo privado podía aparcar en la Casa Blanca, de modo que –en la práctica– eso colocaba al presidente de los Estados Unidos en una situación incómoda.

De hecho, el asunto no se solucionó hasta 1909, cuando el sucesor de Roosevelt –William Howard Taft (1909-1913)– se convirtió en el primer presidente que pudo estacionar legalmente su coche particular en la magna residencia.

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Pierce-Arrow Serie 51.

Pero volvemos a 1918. Estados Unidos era ya la superpotencia que acababa de tener un papel decisivo en la Primera Guerra Mundial y Woodrow Wilson quería iniciar una gira política para celebrar la victoria y dejar muy claro quién era el nuevo amo del mundo.

Había que hacerlo con un vehículo en condiciones y Wilson exigió y logró del Congreso la autorización para disponer del primer coche oficial ya diseñado específicamente para las labores presidenciales, un Pierce-Arrow Serie 51 fabricado por la Car Company of Buffalo, New York.

UN LINCOLN SIN LLAVES

Pero si hay un vehículo presidencial norteamericano que ha pasado tristemente a la historia es el Lincoln Continental X-100 de 1961, matrícula GG-300, en el que fue asesinado John Fitzgerald Kennedy. Tenía un motor Ford V8 de 350 CV y 7.000 cc, costó 200.000 dólares y era –en aquel momento– la limusina de representación más avanzada y moderna del mundo.

El coche en el que fue asesinado Kennedy.

La CIA y el FBI habían supervisado personalmente su desarrollo y pese a eso el resultado final era un despropósito en términos de seguridad. Por ejemplo, aunque estaba fuertemente protegido en su frontal y lateral, su techo escamoteable no era blindado, ya que había sido diseñado únicamente para proteger al presidente de las inclemencias del tiempo. Estaba hecho de plexiglás y plástico y daba tanto calor al interior que el aire acondicionado no podía refrescarlo, y por eso Kennedy no quiso montarlo en Dallas.

Tras el asesinato de JFK, el X-100 fue devuelto a la Casa Blanca y el presidente Johnson tomó la controvertida decisión de renovarlo por completo para –según él– evitar el morboso espectáculo de una tapicería empapada en la sangre del presidente asesinado.

El Lincoln fue entregado de nuevo al servicio del presidente en mayo de 1964 tras invertir otros 500.000 dólares en aumentar el blindaje y la potencia. Ni una sola de las piezas que el día del magnicidio pudieron estar en contacto con Kennedy o su sangre fueron aprovechadas. Con todas estas mejoras y pese al estigma de haber sido el coche en el que mataron a JFK, el X-100 estuvo operativo trece años más y cobijó a los presidentes Johnson, Nixon y Ford hasta su retirada definitiva del servicio en 1977.

En la actualidad se exhibe  en el museo Henry Ford de Dearnborn –Michigan– aunque se da la curiosa circunstancia de que el servicio secreto nunca ha entregado sus llaves a la institución, en un intento por evitar que nadie pueda subirse en él y mancillar lo que muchos americanos consideran un monumento nacional por ser el lugar donde encontró la muerte uno de sus líderes más queridos.

NADIE TOSE A LA BESTIA

En 2009, Barack Obama estrenó el vehículo presidencial más sofisticado, completo y tecnológico del mundo. Su nombre en clave es Limo One aunque es conocido popularmente como la Bestia, y es el mismo coche en el que viajará Donald Trump, el controvertido nuevo comandante en jefe.

En realidad se tratará de la segunda versión porque Trump ha solicitado algunas modificaciones a su gusto y el servicio secreto ya ha supervisado con el constructor dichos cambios respecto al modelo usado por Obama.

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El coche que usaba Barack Obama

Como es natural, se mantienen a buen recaudo la mayoría de sus especificaciones, aunque se sabe que lo fabrica Cadillac, tiene capacidad para siete pasajeros, mide 5,5 metros, su motor es un V8, el chasis es de una camioneta Chevrolet y el conjunto pesa 9 toneladas.

Es capaz de aguantar impactos directos de granadas y pequeños misiles merced a un blindaje de 20 centímetros de espesor en carrocería y cristales. En su interior cuenta con cámaras de visión nocturna, un sistema sellado de ventilación a prueba de ataques con gas, un centro de comunicaciones capaz de mantener al presidente en contacto con cualquier rincón del mundo y hasta un pequeño set de transfusiones de sangre… Además, por supuesto, de todo tipo de armamento antimisiles y defensivo.

Eso sí, tanta sofisticación pasa factura a la mecánica; aunque el Limo One acelera de 0 a 100 en apenas 4 segundos, después le cuesta pasar de esa velocidad y su consumo es también digno de la magnificencia de Washington: casi 50 litros cada 100 kilómetros. Obviamente no es un vehículo pensado para largos desplazamientos, sino para viajes cortos por el centro urbano o de ida y vuelta al aeropuerto.

Por cuestiones de seguridad y para evitar averías inoportunas, hay 12 Bestias completamente operativas (Trump mantendrá la misma flota que Obama). Cada una tiene un precio estimado de entre un millón y medio y dos millones de dólares. Cuando el presidente necesita usarla, siempre se movilizan tres. En una viaja el comandante en jefe, la segunda es de reserva y la tercera está preparada para hacer de señuelo en caso de ataque.

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