Hace unos días, me contaba una amiga que, por la mayoría de edad, había decidido regalarle a su hijo la inscripción a un cursillo de conducción. El chaval se iba a apuntar, como no podía ser de otro modo, a la autoescuela al día siguiente de cumplir los 18 y su madre pretendía que, nada más sacarse el carnet, tuviera una formación más completa de la que ofrecen las autoescuelas. Su reflexión me pareció muy interesante y su idea, magnífica. Porque todos sabemos que el aprendizaje en los centros convencionales tiene como objetivo prioritario que los alumnos superen el trámite del examen, no la verdadera formación de conductores capaces y responsables.
No pretendo yo aquí cuestionar la labor de las autoescuelas, entre otras cosas porque sería un debate mucho más complejo y largo. No considero a estos profesionales los culpables de la situación, quizá más bien las víctimas. Son muchos los factores (generalmente económicos) que condicionan la enseñanza de los nuevos conductores. Pero la realidad, dejando al margen responsabilidades, es que casi nadie sale de la autoescuela lo suficientemente preparado para enfrentarse a la realidad del tráfico, especialmente en carretera. Aprendemos a circular, pero no a conducir. Una terrible evidencia que se refleja en la altísima y trágica siniestralidad del segmento más joven de los automovilistas, los noveles.
Así, son muchos los que alzan sus quejas, y con argumentos, contra determinadas actitudes de la Dirección General de Tráfico. Casi siempre sus campañas se dirigen a fiscalizar y culpabilizar al automovilista, en una persecución de conductas como la velocidad excesiva que, por sí mismas, no representan el verdadero problema. A 80 km/h un conductor poco capacitado es más peligroso que uno experto y preparado que circule convenientemente a 130 por hora, es algo indiscutible. Pero no, resulta más fácil y rentable perseguir al infractor que educar para que no se produzcan las infracciones (lo que no le iría, además, nada bien al erario pública, que ya esta tiritando).
Por eso, como estamos en vísperas de un nuevo año, época de buenos propósitos, y además estrenando Gobierno en España, me gustaría pensar que los nuevos responsables del tráfico de nuestro país se van a plantear ir un poco más allá. Que dedicarán más esfuerzos y recursos a la formación que a la persecución, dejando de considerar al automovilista como un infractor en potencia para ayudarle a ser, cada día, un conductor mejor, más seguro, responsable y eficiente. Sí, lo sé: es mucho pedir. Pero es que en unos días vienen los Reyes Magos… Es el momento, ¿no?
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