Es el tema de moda, el argumento inevitable en la Prensa, en los pasillos de los salones del automóvil, entre los blogueros, las marcas, protagonista en las conferencias sobre el futuro del sector y hasta en las conversaciones de barra de bar. Parece que hay poca vida más allá del coche eléctrico, que el motor de explosión es un ingenio anacrónico que pronto quedará recluido en los museos de tecnología, como un vago recuerdo de lo que fue la industria de la automoción.
Yo, sin embargo, me confieso menos optimista y menos entregado a la causa. Ni que decir tiene que el devenir del automóvil pasa por motores más limpios y eficientes, incluyendo un largo plazo sin dependencia de los combustibles fósiles. Pero tal evidencia dista mucho del empeño de algunos de hacernos creer que ese futuro eléctrico en realidad no lo es, porque ya es el presente… Soy de los que piensan que cada cosa a su tiempo y el coche a pilas necesita todavía más voltaje antes de convertirse en una realidad en nuestra cotidianidad. Lo veo estupendo como tendencia, buenos propósitos y casi filosofía de vida, lo que no comparto tanto es la exigencia de hacernos comulgar con ruedas de molino…
Ni la industria, ni las infraestructuras, ni nuestras ciudades, ni los automovilistas están preparados para semejante salto al vacío. Llegará, sin duda, pero no hablemos de meses ni siquiera de años, sino de décadas. Trabajemos hacia ese mañana sin emisiones ni petróleo, que no significa que debamos enterrar a golpe de demagogia la tecnología que ha llevado al mundo donde está desde hace más de un siglo. Y no me ciño al plano teórico, sino al práctico de las posibilidades reales a día de hoy de estos automóviles movidos por energía exclusivamente eléctrica (los híbridos juegan en otra liga).
Y, descendiendo al plano empírico, resumo brevemente el desarrollo de unos días como usuario de uno de estos primeros coches a pilas que se comercializan en el mercado español (y dejando, ya de antemano, a un lado el inconveniente severo de un precio desorbitado). El vehículo es ágil y silencioso, se mueve a las mil maravillas a la ciudad y en ese entorno sólo tendremos que andar con ojo para no atropellar a un peatón despistado que no nos oiga llegar e invada la calzada a destiempo.
Pero llegan los problemas. Dejo el atasco de la gran urbe y me marcho a casa por una autovía de esas que conectan el centro de Madrid con el extrarradio. Pues parece que la autonomía no es tanta como se presumía. ¡Qué agonía! ¿Llegaré a mi destino? ¿Qué hago si me quedo sin carga? Tendré que llamar a la grúa… ¡Cómo baja esa dichosa aguja! Uffff…. Pese a todo, prueba superada, no sin cierta tensión ya tengo enchufado el cochecito a la toma de mi garaje (una conexión eléctrica que no siempre está disponible en determinados inmuebles).
Vamos a tomar una cervecita para relajarnos. Qué raro, la nevera no se ilumina con la lucecita, tampoco se enciende la lámpara de la cocina… Algo pasa: han saltado los plomos del cuadro eléctrico. Bueno, alguna subida de tensión, imagino, aunque no hay tormenta y es extraño. Pues nada, que me ha sentado bien el zumo de cebada, así que apetece repetir. ¡Otra vez sin luz! Ni en la nevera, ni en toda una fase eléctrica de la casa. Conclusión: el coche hace saltar los plomos con más facilidad que si conecto el lavavajillas, la lavadora, el microondas, la tostadora, la batidora, la cafetera, la placa de de inducción y el extractor de humos al mismo tiempo… ¡Qué contrariedad!
Me dice la marca del coche que la unidad en cuestión debe tener algún fallo, que no es normal porque su demanda energética no es mayor que la de cualquier electrodoméstico convencional. Yo me lo creo… aunque me quedo algo mosca con el inconveniente. Sobre todo, porque a la mañana siguiente tengo que volver al trabajo con unas baterías que no han terminado de cargarse entre tanta ida y venida de la corriente, así que otra vez a sufrir y con los dedos cruzados para llegar a otro enchufe (eso sí, en la conexión de mi empresa, con luz industrial, ningún problema).
En fin, que no pretendo que mi experiencia se convierta en una sentencia de valor científico, pero sí que me sirve para tomarle el pulso real a la situación del coche eléctrico. Será una alternativa de futuro, principalmente en el ámbito urbano, pero de ahí a hacernos creer que su aplicación es inminente y generalizada existe ese abismo que debemos atravesar con paciencia y cautela. Por mucho que la moda sea otra…
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