Lo mío contra los políticos no es algo reciente. Mi desencuentro con estos personajes que tienen nuestro destino en sus manos viene de largo. Nunca he creído en su honestidad, ni en su capacidad, mi decepción con su gestión se remonta largo tiempo atrás, mucho antes de que ni siquiera esta crisis brutal nos golpeara a todos con fiereza inusitada. Por eso evito hablar del asunto, entablar debates políticos, polemizar con sus desafortunadas decisiones… Para qué. Su impunidad es clamorosa, su descaro vergonzoso; han tomado la medida a la ciudadanía y pueden campar a sus anchas sin que realmente ocurra nada.
Pero ni siquiera desde esa desilusión soy capaz de entender en ocasiones muchas de las tropelías que comenten quienes nos gobiernan. Por ejemplo, y concreto en el tema que nos ocupa, que tengan el descaro de maltratar una y otra vez al sector de la moto, discriminándolo sin ningún pudor frente al del automóvil. Ninguno de estos sesudos políticos, o alguno de sus cientos de asesores, ha tenido ni siquiera el detalle de explicarnos las razones por las que las motos quedan fuera, de forma recurrente, de los planes de incentivación de las ventas, los ya famosos PIVE. Su eficacia ha quedado probada con cierta reactivación de las matriculaciones de coches y, sin embargo, a nadie parece preocuparle cómo está sufriendo la industria y el comercio de las dos ruedas.
Es evidente que no lo explican porque no tienen argumentos para hacerlo. Simplemente pasan del asunto. No les inquieta lo que consideran un problema menor y ningunean a las marcas, a los concesionarios, a la industria auxiliar y, por supuesto, a los usuarios. La presión que el sector de la moto ejerce históricamente en la sociedad española roza lo ridículo… y así nos va. Hablan de modernizar el parque móvil, de reducir la contaminación, de seguridad y de lo mucho que aporta el sector del automóvil a nuestro país, al mismo tiempo que exhiben un menosprecio irritante por las motos, que sencillamente no existen para esta gente que debería, se supone, mostrar sensibilidad por las necesidades y exigencias de quienes les han colocado en esa poltrona que les permite vivir del cuento…
Las fábricas de motos están desapareciendo de España, los concesionarios cierran o las pasan canutas para sobrevivir, cada día se venden menos cascos, chaquetas o guantes, los mecánicos apenas cubren sus gastos, de la Prensa del sector mejor ni hablamos… Pero todo eso da igual. Políticamente lo que tiene trascendencia, lo que queda bien es decir que por fin se venden más coches, así que lo que pase con las motos ¿a quién le importa? Pues nos importa a muchos y no sólo a los que directamente basan su supervivencia en este sector. Yo, como ciudadano, también me siento marginado y vapuleado, el dinero de mis impuestos (del que salen las ayudas para la compra de coches) debería servir igualmente para que cambiar de moto fuera algo más fácil, para que muchos se plantearan esta forma de movilidad como alternativa a otras más costosas y contaminantes.
En fin, tampoco nada que me sorprenda. Por eso desde hace tanto tiempo esta clase política (de uno u otro color, me resulta indiferente) no cuenta con mi confianza y me temo que así seguirá siendo. Os pido disculpas por la pataleta, pero me enerva que nos tomen el pelo de esta manera…
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