Mediado el otoño, disfrutas de una estampa idílica: los árboles teñidos de naranja empiezan a desprenderse de sus hojas, la temperatura todavía no es muy fría y disfrutas del viento meciendo tu cabello mientras conduces tu decapo… ¡Eh! ¡Quieto ahí!
No te engañes, ese no es tu día a día en coche, tú tienes que soportar todo tipo de molestias cuando madrugas para ir al trabajo. Por eso, y para quitarnos un poco de la mala sangre que nos entra cada mañana: ahí van las cosas por las que odias conducir.
– Arranca, frena y claxon
Nadie puede negar la sabiduría implícita en Los Simpsons, y Homer en su célebre cantinela lo clava. ¿Hay algo que dé más rabia que tardar dos horas en hacer un recorrido de apenas 30 minutos? Y siempre por culpa de los listos que se quieren colar, del que todavía va dormido y provoca un accidente o de la legión de curiosos que ralentizan el tráfico parar ver que ha pasado.
– Intermitentes señores, ¡intermitentes!
La teoría es simple: cuando vaya a realizar una maniobra, indíquela con antelación. Pero visto lo visto… en la práctica no tanto. Los intermitentes son el gran desconocido para la mayoría de los conductores, los hay desde los que directamente no los utilizan hasta los que los activan cuando han terminado de realizar el cambio de carril o el giro. ¿Tan difícil es?
– Los listos
Esa línea continua significa que ya no puedes meterte para coger la salida, campeón. Para eso has tenido los más de 500 metros pensados para ello. Pero no, tú eres mejor que los demás y más listo, ¿no? Pues al listo se le gana siendo terco: todos juntitos para que no tenga hueco donde meter su coche.
– El lento
Ahí lo tienes: a 90 por una autopista o a 20 por ciudad, y seguramente en zonas en las que sea imposible adelantarle y deshacerse de él. Sí, hay que respetar los límites de velocidad, pero ir a paso de tortuga es casi igual de peligroso… y además pone de los nervios a los conductores de la hilera de 10 vehículos que se forma detrás.
– El rápido
Ni lo uno ni lo otro, lo sentimos por los Alonsos frustrados, pero a correr, a su casa. Raro es el día que no te cruzas con un “quemao” en la carretera, que por norma general lleva una castaña de coche y se cree piloto de rallys. Malas noticias: ni lo eres ni tu chatarra aguantaría un accidente a altas velocidades. Y esto también va por los que lucen cochazos: lo más probable es que no tengáis “manos” suficientes para responder de manera correcta si algo se tuerce.
– El que no sabe dónde está
A este lo identificas rápido: mientras conduces te das cuenta del comportamiento errático de un coche, cada vez va más despacio, pone el intermitente para un lado y va para el otro, da dos o tres vueltas a la rotonda… y mientras todo el mundo a su alrededor en tensión, esperando cual será su siguiente movimiento para poder reaccionar.
– Carreras de eslalon
Como si una situación de tráfico ligeramente congestionado no fuera complicada de por sí, un elemento consigue elevar la dificultad un paso más: motoristas zigzagueando entre carriles y metiéndose por huecos a priori imposibles.
– Intenta aparcar
Por si el trayecto no te hubiera cabreado lo suficiente, al llegar a tu destino te toca la tediosa, lenta, anodina y frustrante de encontrar aparcamiento. Y no decimos “aparcar”, no. Hablamos del mero hecho de buscar sitio para dejar tu coche, algo prácticamente imposible en los núcleos urbanos de las grandes ciudades.
– Al toque
Y no precisamente como en el “tiki-taka” puesto de moda por el Barça y la Selección Española, si no el que práctica mucha gente a la hora de encajar su coche entre vehículos estacionados. ¿Qué es muy estrecho? No pasada nada… ¡pum! Delante ¡pum! Detrás. Ellos se quedan tan anchos y tú con un arañazo gratuito. Y eso por no hablar de los que llevan bola de remolque…
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