Tengo un par de amigos, y algunos conocidos más, que últimamente le están dando vueltas a la idea de soltar amarras y buscar un nuevo rumbo para sus vidas. El fenómeno me resulta curioso en cuanto a su coincidencia en el tiempo, aunque completamente explicable: rondan, como yo, esa cuarentena en la que parece que llega el momento de cuestionarse muchas cosas y, además, esta crisis económica que nos sacude con sus desagradables noticias día sí y día también no invita a ser demasiado optimistas sobre el futuro de una sociedad que parece destinada a la quiebra del bienestar. Igualmente por casualidades de ésas que refuerzan una amistad, a ellos les apasionan como a mí las motos y su sueño sería ponerse detrás de un manillar y comenzar a quemar kilómetros con el horizonte como único destino… Y como ya digo que son más de un caso, he tenido a bien bautizar al fenómeno como el ‘Sindrome de Miquel Silvestre’.
Para quienes no le conozcan, intentaré resumir en unas pocas líneas quien es este personaje al que me refiero, lo que ya adelanto no es nada sencillo por lo intenso de su biografía. Nació en Denia en 1968 (es decir, también pertenece al club de los cuarentones al que antes me refería) y tenía un trabajo de esos por lo que cualquier persona razonable suspiraría: registrador de la propiedad, como el mismísimo Mariano Rajoy (circunstancia con la que a Miquel le gusta bromear, quizá insinuando con sorna que podría haber sido hasta presidente del Gobierno). Un tipo inteligente por tanto (y no sólo porque aprobará con el número uno esa oposición) y, como tal, inquieto e insatisfecho por definición. Es así como hace unos años decidió romper con esa vida confortable y provechosa (al menos bajo los parámetros generalmente establecidos) y se lanzó a recorrer el mundo de uno a otro confín subido en una moto. Enumerar sus aventuras sería demasiado ambicioso para este modesto espacio, pero podéis conocerlas todas ellas con detalle en cualquiera de sus múltiples publicaciones en la red, para lo que San Google os ayudará con su habitual inmediatez y eficacia.
Unas de las señas de identidad de las últimas andadas de Silvestre es que llegan a sus seguidores con una profusión de detalle inimaginable hace tan sólo unos años. Da lo mismo que esté en Borneo (como ahora) que en el Cabo Norte, en Kenia o la India, este valenciano afincado en la carretera transmite sus vivencias con la puntualidad de un reloj suizo gracias al milagro de Internet: blogs, artículos periodísticos, intervenciones en emisoras de radio, redes sociales… Y claro, su entusiasmo, su entereza, su particular forma de entender la vida, sus vivencias únicas, sus emociones y su fortaleza han sido víctimas de eso que ahora se conoce como viralidad y hemos empezado a creernos un poco Miquel Silvestre, capaces de romper con todo para buscar El Dorado de la aventura con un motor debajo de las piernas y un cielo estrellado como único cobijo.
Así nace el ‘Síndrome de Miquel Silvestre’, maravilloso, ilusionante… pero también nocivo para aquéllos que no estén prevenidos contra sus efectos secundarios. Porque mi conclusión al respecto es que lo que hace este tipo duro y deslenguado es algo al alcance de sólo unos cuantos elegidos. No pretendo poner puertas a los sueños de nadie, pero sí que me gustaría invitar a una reflexión que evite frivolizar con lo que se trae entre manos. Hacerse a la mar, con rumbo incierto y con unas alforjas como patrimonio requiere de valor, fortaleza y preparación; no es oro todo lo que reluce en la odisea de Miquel, que para alegrarnos la vida habitualmente nos transmite la cara más amable del periplo. Creo que para su intimidad, para su experiencia vital, quedan los malos momentos, las caídas, la soledad, la tristeza, los riesgos, incluso puede que la desesperación… Por no mencionar el ingente trabajo, el esfuerzo y la dedicación que requiere sacar adelante un proyecto de estas características, especialmente en los tiempos que corren, cuando patrocinio o mecenazgo son sinónimos de quimera y disparate.
Muy a menudo leo mensajes que le envían a nuestro protagonista del estilo de ‘qué suerte’, ‘qué envidia’ o ‘¿no necesitarás un ayudante?’. Como si Miquel hubiera salido a dar una vuelta con los colegas el domingo por la mañana, a tomar el aperitivo en la Cruz Verde antes de volver a casa a dormir la siesta y ver el partido del Plus por la tarde… Pues no, lo de este tío es muy serio, así que yo, al menos, ni me planteo que pueda ser motivo de réplica así como así. Claro que a todos nos gustaría salir de la rutina, buscar nuevos desafíos, lanzarnos a recorrer el mundo y hacer algo muy especial, pero no olvidemos que decir adiós a tantas y tantas cosas requiere el valor de los grandes descubridores, esos cuya memoria persigue ahora Miquel Silvestre para honrarla como merece… Lo mismo que debemos hacer nosotros con él para no caer en el desliz de menospreciar su determinación, ésa que no todos tenemos…
Por cierto, casi me olvido de recomendaros los dos libros de viajes escritos por Miquel. El primero, ‘Un millón de piedras’ (editorial Barataria) recoge su viaje africano, quizá el más genuino y esclarecedor sobre lo que supone todo esto de dar la vuelta al mundo en moto; el segundo es de recientísima aparición y se titula ‘Europa Low Cost’ (editorial Comanegra), una original propuesta del autor para recorrer nuestro continente sin necesidad de romper con nuestra rutina laboral, combinando las posibilidades de las compañías aéreas de bajo coste y la moto. Quizá sea la mejor forma para empezar a descubrir si nuestro espíritu realmente es el de un aventurero… antes de sucumbir definitivamente al ‘Síndrome de Miquel Silvestre’.
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