Salía yo de trabajar después de otra jornada difícil y larga, cansado y un tanto malhumorado. Desde mi coche la vi acercarse a su moto y me llamó la atención la sonrisa dibujada en su rostro, imaginé que habría tenido un día mejor que el mío. El semáforo en rojo hizo que coincidiéramos durante unos pocos segundos y descubrí entonces el secreto de su felicidad.
Se acercó a su pequeña moto, un modelo chino de esos baratitos pero resultones, ideal para moverse por la ciudad. Posó el casco y los guantes sobre el sillín, miró con ojos brillantes hacia su montura, su sonrisa se amplió y empezó a prepararse para ponerse en marcha. Se la veía encantada, diría que casi orgullosa de saberse motorista, además de libre para moverse a su antojo. Era joven y quizá se sentía algo más adulta por esa libertad que le otorgaba su moto, una sensación difícil de explicar pero que entienden a la perfección todos aquéllos que la han saboreado.
La luz verde me dio paso y yo también arranqué pensando en lo poco que hace falta para ser feliz cuando se tiene la ilusión de serlo. A menudo nos obcecamos buscando un vehículo sofisticado y por lo general costoso para satisfacer unas pretensiones que me parecen más artificiales que reales, cuando lo importante es el ánimo de saborear el momento. La movilidad individual es un privilegio que deberíamos valorar, especialmente ahora que los pronósticos apuntan a que algún día podremos a llegar a perderlo.
Se habla del coche autónomo y compartido, de los propulsores sin emisiones, de las limitaciones en los desplazamientos urbanos, de la crisis del modelo de propiedad del vehículo, del desinterés de las nuevas generaciones por el mundo del motor. Todo ello nos aboca a un horizonte que con seguridad aportará muchas cosas positivas… pero también algunas que no lo serán tanto. Renunciaremos al placer de conducir un vehículo que nos emocione y que mueve no sólo nuestro cuerpo, también nuestro espíritu.
Diría que mi joven desconocida de la moto no hubiera estado igual de contenta descendiendo a la negrura de una estación de metro o esperando la cola del autobús. Ella se sentía feliz con su independencia y posibilidad de disfruta en una cálida tarde de primavera, sin más condicionantes que los impuestos por su propia voluntad. Conducir es mucho más que desplazarse de un lugar a otro, son sensaciones entusiasmantes capaces de enderezar un día que parecía destinado a ser sólo uno más, gris e insignificante.
Así que yo continué mi camino sintiéndome un poquito mejor…
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