Hace sólo unos días, un directivo de una empresa de automoción me refrendaba lo que las estadísticas también confirman: la deceleración de las ventas de coches en el mercado español, especialmente en el canal de los particulares, el que toma el pulso con mayor fidelidad a la realidad del sector y sus expectativas. Un futuro sobre el que planean numerosas incertidumbres, esas dudas esenciales que nunca son buenas para motivar al cliente a concretar su compra.
Es un escenario recurrente entre quienes se plantean cambiar de coche, tratándose de una inversión de semejante entidad todo el mundo se pregunta qué tecnología elegir. Lo grave del asunto es que no existe una respuesta clara y por supuesto que tampoco única. Cada caso es diferente y esas particularidades deben combinarse con una oferta mecánica más diversa que nunca, además de no siempre conocidas con precisión por los usuarios.
Los motores de combustión están siendo denostados de forma tan injusta como sobre todo precipitada; los híbridos están de moda, incluso los enchufables son una opción para quienes pretenden ir un paso más allá en esta solución mixta; entran en escena con fuerza otros combustibles como el gas licuado del petróleo o el gas natural comprimido; y para completar un dibujo tan multicolor, la oferta de eléctricos puros sigue creciendo y mucho más lo hará ya no en los próximos años sino en los próximos meses.
Un auténtico rompecabezas difícil de resolver, ni siquiera los especialistas coinciden al respecto y cada marca intenta posicionar ventajosamente su apuesta particular. Si por lo general la riqueza de oferta suele traducirse en beneficios para los clientes, en este caso la teoría no parece tan certera. Lo que provoca tal disparidad entre el usuario medio son dudas, temores e incluso un mayor desconocimiento, a lo que se suma que los políticos, los legisladores, tampoco ayudan a poner un poco de orden en semejante galimatías.
El resultado es el mencionado: el comprador retrasa su decisión con la confianza de que, en un tiempo determinado, las incógnitas empiecen a despejarse y disponga así de mayores argumentos para acertar en esa renovación del vehículo. Incluso muchos que se ven apremiados a cambiar de coche optan por una posibilidad intermedia, como el mercado de segunda mano que les permite ir tirando otra temporadita mientras las cosas se aclaran.
La transformación del parque móvil es tan imprescindible como evidente, nadie discute ya que la reducción de emisiones es una cuestión prioritaria para la salud de las personas y del planeta. Hay que activar las medidas que lo propicien, pero con coherencia, conocimiento y sin urgencias indeseables.
El coche eléctrico no es hoy una opción para la mayoría, los combustibles alternativos precisan de una mayor implantación de puntos de repostaje, los híbridos no resultan accesibles para cualquier economía… Un sinfín de condicionantes que se deben tener en cuenta porque, en definitiva, se refieren a la realidad de las personas, no sirven planes estratégicos tan ambiciosos como irrealizables porque no ofrecen soluciones inmediatas a la movilidad de los ciudadanos.
Y mientras, con todo este tumulto se pone en riesgo un sector vital para la economía y la sociedad española, tanto desde el punto de vista industrial como comercial y de servicios. Las consecuencias están siendo patentes en las ventas desde hace ya demasiados meses, así que diría que una de las prioridades del nuevo Gobierno, cuando lo tengamos, debería ser afrontar este tremendo reto con la seriedad que exige su trascendencia. Cualquier otra cosa puede acarrear consecuencias de las que seguramente debamos arrepentirnos.
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