Soy un motorista acomodado, lo reconozco. En realidad no me gusta sufrir en casi nada, soy más de disfrutar de los buenos momentos que de regocijarme con la superación de los malos. Así que en invierno, como que me cuesta salir a la carretera para pasar frío, mojarme y regresar a casa ya de noche en esos días tan grises, tan tristes. Asumo que mi calificación motera puede bajar muchos enteros para algunos con esta confesión, pero qué le vamos a hacer, así son las cosas y a estas alturas de mi vida no pretendo engañar a nadie.
¡Pero todo eso se acaba! Estamos ya en plena primavera y sus caprichos seguramente nos den alguna sorpresa, sin embargo lo mejor está por venir, de eso no hay duda. Tiempo de moto para mí… y creo que para otros muchos. Y con ello, la verdad, veo la vida de otra manera: el tráfico me resulta menos odioso, los días son más provechosos y las sensaciones de rodar me empujan a un optimismo que debe quedarse muy próximo a esa entelequia de la felicidad. Es curioso como algo tan simple puede resultar de semejante trascendencia. Moverse en moto es mucho más que desplazarse, aunque sea difícil de entender por aquéllos que no lo han llegado a experimentar.
Hace sólo unos días tuve que hacer un largo viaje familiar, así que toco recurrir al coche. Durante esas horas al volante, en las que hay tiempo para darle muchas vueltas a la cabeza por lo tedioso que resulta circular en las autovías actuales a las velocidades que impone la ley, pensaba lo diferente que podría haber sido ese desplazamiento sobre dos ruedas. Incluso a ese insoportable ritmo de Simca 1000 en la España de los 70. La percepción del paisaje, la temperatura, los olores, el sonido de la moto, sentirse envuelto por cuanto te rodea, la atención que exige la conducción… Todo es distinto en moto. Más auténtico y especial. Mejor, sin duda.
Por eso me entusiasma el buen tiempo del que ya hemos disfrutado y que irá a más. Ni siquiera el tórrido calor veraniego me desagrada, personalmente lo prefiero al frío, la lluvia o el viento (insisto en que soy consciente de que muchos no estarán de acuerdo conmigo). Días interminables, esos atardeceres rebosantes de matices, la brisa acariciándote a través de la visera del casco, el placer de descansar a la sombra. Tantos y tantos detalles que llevan la movilidad a una dimensión que nada tiene que ver con lo demás.
Toca saborear cada uno de esos instantes, desde el convencimiento de que son irrepetibles, únicos. Vendrán otros, incluso quizá mejores, pero los vividos no volverán y hay que valorarlos como un bien tan escaso como el propio tiempo que el destino nos regala. Siempre, eso sí, con atención y prudencia, queremos que sean muchos más. El enemigo siempre está al acecho, jamás debemos olvidarnos de esa terrible realidad. Pero asumiéndolo, desde la experiencia y la conciencia de lo mucho que hay en juego, el disfrute de la moto es incomparable. Felicidades si tú también lo sientes así, eres afortunado como yo. Buena ruta.
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