No corren buenos tiempos para la pasión por el automóvil. La crisis, el precio de los combustibles, el acoso a la velocidad, la protección medioambiental y la tendencia que todo ello crea en los fabricantes provocan que los coches deportivos, potentes y emocionales parezcan casi una especie en vías de extinción. Están ahí pero cada día sufriendo más condicionantes y limitaciones, además de no ser demasiado bien vistos por una sociedad que apuesta, por lo general, por soluciones más llamativas que efectivas. Así que la moda ahora apunta a cochecitos utilitarios y lógicos, que gasten y contaminen poco, que pasen desapercibidos y que cumplan con la función de transportarnos sin muchas más consideraciones. Vamos, un auténtico suplicio para quienes aspiran a disfrutar al volante en cada kilómetro que recorren…
Yo, como tantos, me rebelo ante esta dictadura del raciocinio porque soy, también como muchos, de los que entienden que conducir es mucho más que ir de un sitio a otro. Sin embargo, la evidencia nos dice que esto es lo que hay, que deberemos acostumbrarnos a ello y que cuando antes lo hagamos, menos sinsabores nos llevaremos. Y dentro de tal proceso de resignación, en las últimas semanas he sentido cierto alivio tras probar dos nuevos modelos que se ajustan a la perfección al fenómeno que la industria ya denomina como ‘downsizing’. Se trata de un concepto muy utilizado en los ajustes de personal en las empresas por los especialistas en recursos humanos y que el sector del automóvil ha adoptado para definir a esta disminución de talla.
La propuesta es sencilla. Los fabricantes que apuestan por esta línea de desarrollo, y que son ya la mayoría, creen que podrán obtener resultados convincentes en términos de rendimiento con propulsores de cubicaje y número de cilindros inferiores, lo que se traducirá en consumos y emisiones contaminantes más ajustados. Contado así puede parecer sencillo pero obviamente no lo es en absoluto y supone todo un desafío para los ingenieros… que están resolviendo con su habitual maestría. Así lo he comprobado conduciendo tanto el nuevo Volkswagen Up! como la última generación del Nissan Micra. Son dos utilitarios urbanos, pequeñitos y prácticos, que han apostado por sendos motores de gasolina de sólo tres cilindros y baja cilindrada. Su potencia ronda los 70 CV, son capaces de llegar a los 170 km/h de velocidad punta y su consumo está en torno a los cinco litros de gasolina a los cien, igualmente con emisiones de CO2 muy reducidas.
Pero más allá de cifras (no es éste el espacio para referirme a ellas, para eso está nuestra sección de producto tanto en AS como en AS.com), me gustaría referirme a sensaciones. Insisto para no llevar a nadie a errores, que nos despojamos de todo apasionamiento para ceñirnos a la funcionalidad de un vehículo. Y en ese sentido los dos modelos en cuestión, aunque hay bastantes más, me han sorprendido muy gratamente. Son coches pequeños y por tanto no muy pesados, así que con esos 70/75 CV se mueven con soltura; sus chasis están bien resueltos, se muestran ágiles y con aplomo suficiente, van razonablemente bien por carretera e incluso por autovía y todo ello gastando realmente muy poco combustible. Utilizarlos no me provocaba ningún tipo de disgusto o depresión, todo lo contrario; me han parecido agradables e incluso divertidos, ideales para cumplir con las exigencias de un buen utilitario sin que ello nos suponga un trauma insuperable. Es más, usándolos pensaba cuánto me habría gustado a mí tener un coche tan solvente en mis primeros tiempos como conductor. Aunque, tampoco hay que ocultarlo, lo cierto es que sus precios no son de saldo, puesto que para conseguir resultados tan convincentes la tecnología es avanzada… y cara.
Así que la reflexión que nos podemos hacer es que el futuro puede llegar a ser menos sombrío de lo que pensábamos… incluso aunque debamos convivir con el dichoso ‘downsizing’. Lo que se avanza con estos utilitarios se podrá aplicar a otros segmentos con propulsores más ambiciosos, que gastarán menos, cuidarán de nuestro planeta… y nos permitirán seguir disfrutando al volante como nos gusta. Ojalá siempre existan los V8, pero poniéndonos en lo peor y que no sea así (como mucho me temo) al menos confiemos en que habrá vida más allá de su bramido…
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