Alfred Juliano siempre había tenido claro desde niño que quería dedicarse al diseño de automóviles. Por eso, cuando decidió tomar los hábitos y ordenarse sacerdote católico, la sorpresa de su familia fue mayúscula. De hecho, aunque su vocación de servicio a la Iglesia era fuerte, su pasión por el mundo del automóvil no era menor y estando todavía en el seminario su familia presentó sus trabajos a un concurso de jóvenes talentos patrocinado por General Motors. El premio consistía en estudiar con Harley Earl (jefe de diseño de GM y creador del Chevrolet Corvette) y Juliano lo ganó aunque nunca disfrutó de su premio ya que decidió culminar sus estudios sacerdotales y entregarse a su ministerio pastoral en una pequeña congregación de Brandford, Connecticutt.
No pasó mucho tiempo antes de que el joven sacerdote intentara compatibilizar ambas vocaciones, aparentemente tan antagónicas, con el desarrollo del que tenía que ser el primer vehículo experimental de la historia del automóvil. Un vehículo al que llamó Aurora en homenaje a la advocación mariana por la que sentía devoción.
ALGUNAS BUENAS Y MALAS IDEAS
En realidad, para ser justos, Juliano no acertó en la forma pero fue un visionario en el concepto. Aunque el Aurora era estéticamente un horror, por primera vez un coche contradecía la tendencia de la industria (una tendencia que ha durado hasta hace bien poco, por cierto) y se diseñaba pensando más en términos de seguridad y confort que de meras prestaciones. Algunas de sus ideas resultaron ser premonitorias y han acabado siendo perfectamente comunes hoy en día, como la columna telescópica de dirección, los cinturones de seguridad, las barras laterales y antivuelco o la instrumentación redondeada y acolchada. La carrocería era de fibra de vidrio e iba rellena de espuma que absorvía los impactos. El extraño parachoques delantero estaba diseñado por Juliano para, en caso de atropello, “recoger” al peatón y ser ,teóricamente, menos lesivo.
Otras resultaron más estrambóticas y bienintencionadas que efectivas. Los asientos delanteros, por ejemplo, giraban 180º grados sobre su eje para que conductor y acompañante (llegado el caso) pudieran girarse justo antes de un choque y recibir de espaldas un impacto frontal. El cristal delantero en forma de bulbo pretendía evitar, precisamente, que en dicha circunstancia la cabeza golpeara contra éste pero su curvatura era tal y deformaba de tal modo la imagen que impedía una visión normal de la carretera.
EL FINAL DEL SUEÑO
Juliano estaba tan absolutamente convencido de que las grandes marcas de Detroit se mostrarían entusiasmadas con su idea de “coche seguro” que decidió crear su propia compañía (la Aurora Motor Company con sede en la misma localidad de Branford donde ejercía el sacerdocio) e invertir 30.000 dólares en la fabricación de un prototipo montado sobre el chasis de un Buick del 53.
El resultado final (además de estéticamente cuestionable) era un inconducible mamotreto de seis metros de largo que costaba, además, 12.000 euros con el cambio de la época. El precio (motivado esencialmente por la entonces carísima fibra de vidrio) resultaba una barbaridad si tenemos en cuenta que el Cadillac Eldorado Brougham (el automóvil más exclusivo de todo el mercado en aquel momento) costaba poco más de 13.000. Para mayor desgracia de Juliano, el Aurora se estropeó quince veces camino de su presentación en Nueva York y tuvo que ser remolcado hasta el lugar del evento, al que llegó con tres horas de retraso.
Como era de esperar el desastre fue total. El Aurora no recibió ni un solo encargo, la empresa quebró y el prototipo fue pasando de mano en mano como una curiosidad hasta acabar abandonado en un viejo almacén de Cheshire. Allí lo descubrió en 1993 un coleccionista británico que lo rescató del olvido, lo restauró y lo cedió al museo del automóvil de Beaulieu (Hampshire, Reino Unido) donde se exhibe en la actualidad.
UN TRISTE EPÍLOGO
Los problemas del sacerdote norteamericano no terminaron, en realidad, con la bancarrota de su empresa. De hecho, más bien lo contrario ya que el fracaso del Aurora provocó una investigación oficial sobre el origen de los fondos para construirlo. Juliano fue acusado por las autoridades eclesiásticas de haberse apropiado de los donativos destinados a obras de caridad de los feligreses y forzado a abandonar la comunidad y recluirse en un convento. Las acusaciones resultaron ser falsas; las inspecciones fiscales demostraron que Juliano había gastado en la construcción del prototipo parte de sus ahorros, del patrimonio de su propia familia y aportaciones privadas de parroquianos que estaban perfectamente al tanto de la inversión. Pese a eso, la reputación y la salud del cura diseñador quedaron irremediablemente tocadas y Juliano nunca se recuperó anímicamente de aquel proceso. Falleció en 1989 a causa de una hemorragia cerebral, tan olvidado por la industria como su revolucionario automóvil aunque el sacerdote defendió hasta el último día de su vida que aquella denuncia fue promovida por General Motors para poder robarle algunas de sus ideas de seguridad sin tener que pagar royalties.
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