Cuando Henry Ford lanzó su modelo T en 1908, el negro era el único color disponible del catálogo, porque secaba más rápido al sol y permitía sacar mayor partido a la cadena de producción en serie que se inauguró con este famoso automóvil.
Más de un siglo después, el negro se mantiene como una de las tonalidades más populares para vestir un coche. De hecho, en 2015 concentró el 18% de pedidos mundiales y fue la segunda pintura más demandada, según refleja el informe anual de Axalta Coating Systems, fabricante especializado y uno de los principales proveedores del automóvil. El blanco, por su parte, permanece como líder indiscutible, porque desde que desbancó al plata en 2011 no se ha apeado del trono: acaparó el 35% de la demanda planetaria el año pasado. Y el citado plata completa el podio: 13% del total.
El blanco domina en África (46%), por su mayor capacidad para reflejar la radiación solar, mientras que en Europa aún despunta el negro (21%), que se asocia a mercados más maduros y a vehículos con mayor potencial de representación. Como indica Florina Trost, del departamento de diseño de colores de BASF, otra de las compañías de referencia, «los automóviles transmiten mayor lujo en tonalidades oscuras como el negro y el azul». Además, en EEUU es donde el rojo alcanza su pico de popularidad (11%). Trost pone de relieve otro aspecto interesante, como los tipos de tonalidad más comunes: «El 50% de los coches en Europa tiene pintura metalizada, y un 16% luce efecto perla». Y añade más particularidades: «En los modelos pequeños, el 33% presenta acabados sólidos (más económicos), mientras que en los más grandes se suele apostar por los efectos especiales», concluye la diseñadora de BASF.
Por su parte, Miguel Egido, director de marketing de Axalta, explica en qué pueden consistir esos efectos especiales: «En la actualidad se trabaja con pigmentos de cristal en la capa base que reflejan la luz y crean un efecto de brillo excepcional». Egido ofrece también un anticipo de lo que deparará el futuro: «Se está investigando para crear pinturas más ligeras, que no incrementen demasiado el peso del automóvil y que no influyan tampoco en exceso en la aerodinámica». La pintura de un coche puede superar los 20 kilos, y su textura incide en cómo el aire se desliza por la carrocería. «Muchos de los nuevos materiales ligeros [de los fabricantes; aluminio, plásticos…] no pueden soportar altas temperaturas de secado, por lo que también se han desarrollado nuevos procesos a baja temperatura», abunda Egido.
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