No me gustan los coches eléctricos. Mejor así, sin paños calientes para ponernos en situación y que nadie se llame a engaños. Debe ser una cuestión generacional, el que me haya criado entre motores ruidosos y humeantes. Sin embargo, tengo asumido que la industria de la automoción va por otros derroteros y que la electrificación del parque móvil es sólo una cuestión de tiempo, no hay más opciones en el medio y largo plazo. Por supuesto tampoco pretendo estar en posesión de la verdad, no digo que mi criterio sea el acertado. Más bien lo contrario. También soy consciente de que las acelgas son mejores para mi dieta que los torreznos y que tengo clarísimo lo que disfruto más comiendo…
He tenido la oportunidad de probar bastantes coches eléctricos, pero nunca como lo he hecho la pasada semana. Entre otras cosas, porque vivo a muchos kilómetros de mi trabajo y pocos son los modelos de cero emisiones puros que ofrecen la autonomía que me permita acabar mi desplazamiento conduciendo y no subido en una grúa. Si sumamos que tampoco me apasionan, pues como que me resistía a pasar más de unas horas con uno de estos artefactos. Pero al final he tenido que ceder, profesionalmente no podía negar la mayor y BMW me ofrecía todas las garantías de no quedarme en la cuneta con la última generación de su i3.
Es evidente que, por mis necesidades particulares y preferencias personales, no soy el cliente tipo ni tampoco el ideal para un coche como el i3. A día de hoy sigo pensado que los coches eléctricos tienen una utilidad eminentemente urbana, que no es mi entorno más frecuente. Durante siete días he utilizado este monovolumen alemán como coche único, en carretera y en ciudad, a diario y el fin de semana, para llegar a trabajar o para salir con los amigos. De todo ello os quiero hablar, de mis experiencias como conductor ‘a pilas’; no tanto de las características o tecnología del vehículo sino sobre cómo me he sentido utilizando un vehículo que, a priori, no me atraía lo más mínimo.
Empecemos por lo más evidente, el aspecto del coche. Desde luego que no pasa desapercibido, tiene un diseño particular y está poco visto, así que es bastante habitual que la gente gire la cabeza a su paso. Es futurista y funcional, una carrocería de cuatro metros de longitud y cinco puertas (aunque en las dos traseras hay que fijarse por su configuración y por llevar tiradores interiores), un vehículo de esos que suelen resultar simpáticos, originales… aunque también es verdad que algunos, los menos, lo encuentran tirando a feo.
Mi gran preocupación, como ya he comentado, era saber si me quedaría en el arcén en el intento de completar mis 100 kilómetros diarios de desplazamiento laboral. Cuando recogí el i3 en la sede de BMW y con sus baterías cargadas a tope, el indicador de autonomía marcaba 200 kilómetros. No está mal, con esa distancia se puede circular tranquilo y más considerando que podría recargarlo en mi trabajo y en mi domicilio. Porque aunque existe la opción de recargas rápidas con dispositivos especialmente diseñados para ello, una ventaja de este eléctrico es que se devuelve a la vida a sus baterías con cualquier toma de corriente convencional (siempre instalada en una red con una potencia mínima, la que habitualmente tenemos todos para nuestro consumo doméstico).
Una vez en marcha, lo más espectacular del i3 es su capacidad de aceleración. Para entendernos fácil y rápidamente, es como un coche de Scalextric: aprietas el acelerador y sale disparado como un misil; lo sueltas y se para casi de inmediato, en ciudad en muchos casos ni siquiera es necesario usar los frenos para detenerlo. Su potencia es de 170 CV y la entrega del par se revela tan inmediata como lineal, así que es una gozada exprimirlo en ciudad, acelerando de semáforo a semáforo incluso dejando atrás a las motos, cambiando de carril con presteza a la más mínima insinuación al pedal del acelerador… Un ambiente urbano ideal para este coche, puesto que además es allí donde la autonomía de las baterías se muestra más convincente. Si a ello sumamos que podemos acceder sin restricciones a cualquier punto de una ciudad como Madrid (en la que el tráfico esté permitido, por supuesto) y aparcar en zonas reguladas de forma completamente gratuita, la ecuación para calificar al i3 como un coche urbano perfecto está servida.
El siguiente desafío llegaba al abandonar las calles de la ciudad e incluso las vías de acceso a la misma y ponerse en carretera. Insisto que resulta indiscutible que ésta no es la vocación que BMW le imprime a su i3, pero ya digo que durante una semana lo he utilizado como mi único medio de locomoción. Así que debía volver a casa, ¿no? Su comportamiento es algo diferente al de un turismo convencional, por el tacto de la dirección, el reparto de pesos y unas suspensiones tirando a firmes; en general se defiende con dignidad en trazados revirados aunque está claro que no es un coche para los amantes de las sensaciones deportivas. ¿Y la autonomía? Pues los 200 kilómetros que prometía el contador se pueden alcanzar en una conducción media, sin ir pisando huevos ni tampoco de carreras.
El kilometraje disponible varia de forma significativa dependiendo del trato que le demos al acelerador, incluyendo la elección del modo de entrega de potencia que se seleccione entre las tres disponibles (Comfort, Eco Pro y Eco Pro+). En la más ahorradora no podemos pasar de los 90 km/h y se desconecta el sistema de climatización, así que parece diseñada para condiciones de utilización muy concretas. En todo caso, lo importante es que para un uso cotidiano y con esa autonomía nos quitamos de encima el temor a quedarnos inmovilizados, pocos son los conductores particulares que en su día a día superan esos 200 kilómetros mencionados.
Enchufar el coche a la red no es mucho más complicado que hacerlo con cualquier otro dispositivo eléctrico: se saca el cable que va guardado en el frontal del i3 y se conecta primero a la toma en la trasera del lateral derecho y después a la de corriente más próxima. Lo aconsejable es hacerlo cada día en el trabajo o cada noche en casa, al gusto del consumidor. Con esas ocho horas la recarga es total (aunque en alguna ocasión no alcanzaba los 200 kilómetros que vi en la toma específica de las instalaciones de BMW) y podemos seguir circulando durante uno o varios días sin problemas, sin angustias sobre la autonomía. Eso sí, una mañana el panel de instrumentos me informó de que la carga no se había podido realizar y que debía ponerme en contacto con un servicio técnico; por fortuna, aún tenía potencia suficiente para seguir circulando y en el siguiente intento todo volvió a funcionar con normalidad, pudo tratarse de un fallo puntual del coche o de la red en la que lo estaba recargando.
Mi conclusión, después de todo lo dicho y más de 600 kilómetros completados al volante, es que el BMW i3 es un excelente segundo coche. Personalmente, incluso si viviera en una gran ciudad, no confiaría por ahora mi movilidad a un coche eléctrico 100% porque obliga a estar siempre pendiente de que la carga restante es la suficiente para nuestras necesidades, a buscar y encontrar puntos de recarga o a esperar que no se produzca ninguna incidencia en el proceso. Por el contrario, para aquellos conductores o familias que dispongan de un coche convencional que les garantice que se moverán mientras existan los combustibles fósiles, una solución complementaria como el i3 me parece genial. Y nunca pensé que diría esto…
Partiendo de la base de que para mí conducir no es lo mismo que desplazarse, quienes busquen un vehículo limpio (en su uso y su fabricación, BMW ha puesto mucho empeño en que la producción de sus eléctricos sea también ecológica), con valiosas ventajas en el uso urbano, que nos evite pasar por las gasolineras (con lo que ello representa de ahorro en combustible) y capaz de moverse ya con cierta solvencia fuera de la ciudad encontrarán en el i3 una respuesta casi perfecta a su pliego de condiciones. Eso sí, siempre que se encuentren en disposición de gastar más de 36.000 euros (dejando al margen las ayudas gubernamentales) en un segundo vehículo.
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