No es costumbre que en una web dedicada al motor se hable de un premio Nobel de literatura, pero estos días Bob Dylan se cuela en cualquier parte. Todo empezó en 2014, en realidad, cuando lo acusaron sin tapujos de vendido. Cuando dijeron que el joven Robert Allen Zimmerman se avergonzaría del viejo Dylan. Que pisoteó los ideales de rebeldía de unas cuantas generaciones, aseguraron. Que entregó su alma al capitalismo más rancio: participó en un anuncio de Chrysler en la Superbowl de aquel año.
Visto con perspectiva, no se entiende bien el revuelo: no era la primera vez que el músico de Minesotta prestaba su imagen para una campaña publicitaria. Ni siquiera se estrenaba anunciando un coche, porque antes lo hizo con Cadillac. A él no le importó (ni lo más mínimo), pero habría tenido argumentos muy a mano para justificar su cercanía con las marcas.
El motor, de hecho, fue siempre una de las pasiones de Bob Dylan, nacido en 1941. Desde que a finales de los cincuenta, siendo casi un adolescente, se compró un Ford descapotable del 54. Años más tarde añadió un Mustang del 66 y otro de 1965 (aunque no hay imágenes que corroboren la información), y también alguna moto.
Una Harley Davidson 45, por ejemplo. Una Harley con la que mirarse a un espejo en el que siempre aparecía James Dean, ídolo de Dylan. Tiempos de chaquetas de cuero negro, cigarrillos colgantes y pantalones ajustados. Y mucha velocidad. La misma que mantuvo en los sesenta, hasta que el músico frenó en seco: en una Triumph (Dean y Marlon Brando también tuvieron una) sufrió un sonado accidente que lo mantuvo fuera de los escenarios durante más de un año.
En julio se cumplieron 50 años del suceso. Despúes de aquello, dicen, no volvió a ser el mismo. Algunos expertos aseguran que el incidente está un poco mitificado.
Bob Dylan, en todo caso, no ha abandonado nunca su amor por los coches, ni en la carretera ni en sus canciones. Como en la juvenil y enérgica This Wheel’s On Fire (1967), ‘las ruedas están ardiendo’. O en la más decadente Summer Days (2001), en la que asume directamente el desgaste del tiempo: «Estoy corto de gas, mi motor se va a calar». No le ocurría lo mismo en High Water (For Charley Patton), a pesar de ser del mismo 2001. En ella ruge un Mustang y habla de ansia de vértigo, velocidad y sexo.
Y en este repaso precipitado a sus canciones, también encontramos crítica social unida al automóvil. «El coche que conduzco es un Chevrolet», canta en Union Sundown (1986). Uno de los coches estadounidenses por excelencia, pero «fabricado en Argentina por un chico por 30 centavos al día».
Le han gustado mucho los coches y las motos a Bob Dylan. Los ha usado para elaborar eficaces metáforas de la existencia, y también sencillamente porque los adoraba. Se puede apreciar en la portada del disco que se ve más arriba, Highway 61 revisited, de 1965. Bajo la cazadora, en su camiseta, asoma la silueta intrépida de una Triumph. La moto que casi le cambia la vida.
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