Aunque tanto los vehículos americanos como los europeos han sido diseñados para llevar a cabo la misma misión de luchar contra el fuego, basta comparar los camiones de bomberos de uno y otro continente para que se hagan más que evidentes las enormes diferencias en la concepción del servicio.
Mientras los bomberos europeos trabajan con camiones ligeros, que permiten el acceso incluso por las vías más estrechas de los abigarrados centros urbanos de París, Madrid o Roma, las kilométricas máquinas yanquis están pensadas para moverse a toda velocidad por avenidas amplias y largas, y no tendrían ningún sentido intentando abrirse paso por las estrechas calles de la mayoría de ciudades europeas.
Hasta la llegada del motor de explosión, los camiones de bomberos iban, lógicamente, tirados por caballos. En 1835, un espantoso incendio, conocido como Great Fire (el ‘gran fuego’) arrasó 674 edificios del sur de Manhattan. La tragedia hizo entender a los profesionales de la lucha contra el fuego que debían modernizarse, así que en 1841 los bomberos de Nueva York fueron los primeros del mundo en incorporar un camión movido por vapor.
Sin embargo, el cacharro era tan lento que después de un par salidas prefirieron seguir acudiendo a las emergencias en carruaje. Aquel fiasco abrió los ojos a algunos ingenieros y, en 1905, la Knox Automobile Company de Massachussets fabricó el que está considerado el primer camión de bomberos desarrollado desde el principio como tal y movido por un motor de explosión…, aunque todavía era solamente uno y artesanal.
En cualquier caso, el diseño marcó el camino a los demás: en 1911, la Ahrens-Fox Manufacturing Company de Cincinnati lanza su propia versión –esta vez ya a mayor escala– e incluso comienza a exportar a Europa. Sus camiones montan en el frontal una brillante bomba de agua en metal pulido e inauguran de ese modo la tradición de los cromados en los “Fire Trucks” americanos.
Ese mismo año, Mack empieza también a fabricar camiones de bomberos y en poco tiempo se coloca líder del mercado con sus modelos económicos. Su modelo EH 1942 se convertirá en una leyenda al ser trasladado a Europa y Australia para ayudar a apagar los fuegos producidos por los bombardeos alemanes y japoneses donde sorprende por su capacidad para aguantar castigos impensables.
La referida marca Mack –ubicada en Carolina del Norte y perteneciente al grupo Volvo–, American Lafrance –sita en Carolina del Sur y propiedad de Daimler– y la Seagrave de Wisconsin –la única con capital 100% americano– se convertirán en los tres fabricantes de referencia de camiones de bomberos, condición que aún mantienen hoy en día.
UN MONSTRUO CON DOS CONDUCTORES
Sin duda, los camiones estadounidenses de bomberos que más llaman la atención respecto a los más compactos europeos son los enormes tráileres de doble cuerpo popularizados por el cine y conocidos en su país como Tiller Ladder. Diseñados para atravesar a toda velocidad las largas avenidas de las grandes capitales y dar servicio a los rascacielos, son a la vez autobomba, escalera, centro de comunicaciones y unidad de rescate de víctimas.
Son tan largos que cuentan con doble sistema de dirección independiente y necesitan, por tanto, de dos conductores; uno para el eje delantero y otro para los ejes traseros. La coordinación entre ambos ha de ser absoluta. Hoy en día la asistencia por ordenador ha facilitado mucho esta labor, pero hasta hace relativamente poco dependía exclusivamente de la habilidad de ambos conductores y su intercomunicación.
Se trata, sin duda, se una configuración extraña desde el punto de vista del Viejo Continente, pero lógica si tenemos en cuenta el entorno en el que debe actuar en la mayoría de ocasiones. Dada la enorme envergadura del vehículo, el doble sistema de dirección le permite una mayor agilidad a la hora doblar las esquinas. Por otra parte, una vez llegados al lugar del incendio (e instalada la escalera), la cabeza tractora puede separarse y funcionar autónomamente como un camión de apoyo.
Están construidos prácticamente en su totalidad en aluminio y van propulsados por motores V6 que entregan más de 600 CV. Son aparatos de una enorme complejidad mecánica y los cuerpos de bomberos que los utilizan están obligados a un protocolo de revisión diaria de sus principales elementos; la escalera debe ser plegada y desplegada al menos una vez al día, y deben comprobarse los cables, apoyos hidráulicos y buen estado del motor y frenos.
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