El hombre capaz de crear melodías tan bellas como el ‘Nessun Dorma’ o el ‘Mio babbino caro’ tenía una faceta mucho menos conocida y menos espiritual… aunque no por ello necesariamente menos positiva: era un apasionado de los automóviles.
Giacomo Puccini unía a esta condición, además, otra igualmente importante cuando se trata de coches: era inmensamente rico. El éxito de sus óperas le había hecho ganar una fortuna y el compositor de ‘La Boheme’ o ‘Madame Butterfly’ se gastaba buena parte de ella en esos carísimos y todavía algo excéntricos artilugios de cuatro ruedas. En 1901, coincidiendo con un viaje a Milán para supervisar una representación de su ópera ‘Tosca’ visitó la Expo que se celebraba en la capital lombarda y se enamoró de un precioso De Dion-Bouton 5 CV. Se trataba de una caballería verdaderamente notable teniendo en cuenta que el anterior modelo de la casa francesa (el denominado voiturette) entregaba 3,5 CV con el mismo motor monocilíndrico de 402cc, y Puccini quedó hechizado por ese derroche de tecnología. A partir de entonces las ansias del músico por disponer siempre del último modelo de automóvil se hicieron casi obsesivas.
En 1903 cambió su De Dion por un exclusivo Clement Bayard que vio en la portada de la revista francesa ‘La Vie Automobile’. Los Bayard estaban considerados coches de prestaciones altísimas (nada más y nada menos que unos increíbles 11 CV con un motor bicilíndrico) y Puccini no pudo resistirse. Dos años después llegó a su garaje un Sizaire et Naudin, luego un Isotta Fraschini de 30 CV, luego otro de 60 CV, en 1919 un Fiat 501… y así coche tras coche hasta 1924 cuando falleció. En realidad todavía hoy no se sabe con certeza cuántos modelos tuvo ya que se da por hecho que poseyó muchos más de los oficialmente consignados en su museo.
El maestro ponía al volante la misma intensidad que reflejaba en su música: le gustaba mucho correr y la velocidad. De hecho, quizá demasiado como lo atestiguan las numerosas multas que recibió por conducción temeraria y algunos accidentes que sufrió.
MÁS ALLÁ DE LAS CARRETERAS
Giacomo Puccini era de los que iba en su coche a casi todas partes, aunque había algo que no podía hacer y le molestaba enormemente: salir del asfalto. El compositor detestaba tener que abandonar su amado automóvil para ir a cazar, dar un paseo por la montaña o disfrutar con la familia de una excursión por la naturaleza, así que en 1919 le pidió a su amigo Vincenzo Lancia (el fundador de la marca que lleva su apellido) que le construyera un vehículo que pudiera emplear para estos menesteres. El dinero (recuerden, Puccini era enormemente rico) no iba a ser problema pero debía ser capaz de llevarle campo a través por los alrededores de su residencia de ‘Torre del Lago’, en la localidad toscana de Viareggio.
Lancia se puso a trabajar y en apenas tres meses tuvo listo el que es considerado primer todoterreno familiar de la historia. El capricho le costó al compositor la friolera de 35.000 liras que, al cambio, equivaldrían a casi unos astronómicos 300.000 euros actuales. Lancia rediseñó y reforzó el chasis del que sería el futuro Lambda, colocó ruedas más compactas y resistentes e instaló un sistema de tracción integral y ejes articulados.
El invento sería la base del Lancia Trikappa con el que el compositor recorrió Europa poco antes de morir, el 29 de noviembre de 1924 a los 66 años de edad, víctima de un cáncer de garganta. Una muerte que, además de privar al mundo de uno de los mayores genios de la música, truncó otro de los sueños de Puccini: nunca vio construida la moto de 500cc que ya había encargado a Carlo Giannini y Pietro Remor y a la que quería poner el nombre de una de sus óperas más queridas y menos populares: ‘Rondine’ (golondrina).
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