A pesar de que llegó a poseer una formidable flota de automóviles, a cual más exclusivo, Frank Sinatra nunca se consideró un conductor apasionado. Sensaciones le sobraban a todos los niveles así que no necesitaba buscarlas al volante y tenía un concepto muy pragmático de lo que representaba conducir: desplazarse de un lugar a otro siempre con la máxima comodidad. Y si podían estar al volante sus chóferes, mejor que él mismo.
Al cantante de Hoboken (Nueva Jersey) no le interesaban la tecnología ni la potencia más allá de lo que implicaran de confort y lujo y de hecho su primer coche ya lo compró siguiendo esta premisa. Se trataba de un Chrysler Convertible de 1942 que adquirió con todo el equipamiento interior opcional, pese a tratarse de un modelo de gama media sin ninguna pretensión.
Hay que tener en cuenta que el joven “ojos azules” era entonces el cantante de la orquesta de Tommy Dorsey y, aunque su éxito era ya notable seguía viviendo de una nómina, así que prefirió ser prudente y no lanzarse a por los más caros Lincoln o Cadillac.
Ese mismo año, Sinatra se lanzó a la aventura de cantar en solitario… y casi de inmediato se convirtió en la estrella más importante del mundo de la canción. Vendía cientos de miles de discos, Hollywood lo adoraba, las mujeres se peleaban por él… todo lo que Sinatra cantaba se transformaba en oro. Seguía manteniendo en el garaje su viejo Chrysler…, pero ya ganaba un millón de dólares al año, así que pensó que quizás había llegado el momento de conducir algo con más clase.
Crecen las expectativas
La Voz comenzó a gastar a partir de entonces más dinero que nunca en coches de élite y el primero fue un precioso Ford Thunderbird del 55, un convertible de dos puertas y color negro que conservó durante tres años y que el propio Sinatra recordaría más tarde como un coche al que tenía mucho cariño.
El Ford era una “bestia” con un motor V8 de 5.1 litros y 215 CV que Sinatra utilizaba exclusivamente para su correrías nocturnas por Las Vegas o Los Ángeles, casi siempre con alguna bella dama en el asiento del acompañante. No existen muchas fotos del cantante conduciendo pues ni le gustaba especialmente que se las tomaran en esa circunstancia ni su popularidad le permitía conducir a menudo. Sin embargo, en una de las pocas que existen está al volante de ese coche… Tal era la estima que le tenía.
Pero Frank no había olvidado su filosofía de “antes comodidad que caballos” y ese mismo año se compró también un coche más adecuado para viajar que su coquetón descapotable; un enorme y superlujoso Ford Continental Mark II negro equipado con un motor de 8 cilindros en V de 6 litros y 285 CV de potencia.
Era uno de los modelos más caros y exclusivos del mercado norteamericano en ese momento y que el cantante, en su línea, adquirió con todos los extras de equipamiento interior. En 1955 una casa nueva de cuatro habitaciones en la Costa Oeste costaba de media 12.000 dólares; solamente el Continental Mark II de Sinatra sin extras costaba 11.000.
Cuando deseaba pasar más inadvertido por Las Vegas se desplazaba en un potente Buick Riviera del 65 propulsado por un V8 de 365 CV. Era también el coche que ponía al servicio de sus invitados y amigos, y Sinatra valoraba enormemente su comodidad, suavidad de marcha y discreción.
Fugaz pasión italiana
El final de la década de los cincuenta es también el de mayor actividad del Rat Pack, el inclasificable grupo de amigos formado por Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop. Fue precisamente su inseparable Dean Martin –también de origen italoamericano, como el propio Sinatra– quien le descubrió al “viejo ojos azules” el diseño transalpino merced a un convertible plateado con techo negro de marca Dual-Ghia del 57.
El chasis y el motor (un V8 de 5.2 litros) eran suministrados por Dodge, mientras que la italiana Ghia montaba la carrocería. Se trataba de una joya construida por encargo y de la que solamente se fabricaron 117 unidades, la primera de las cuales en viajar a EE UU fue precisamente la del cantante.
Una década más tarde y también por la influencia de Dean Martin, Sinatra experimentó por primera vez en su vida lo más parecido a la “pasión automovilista” que era capaz de sentir. Se enamoró de un espectacular Lamborghini Miura de color naranja metalizado del 69 que le fue entregado el 12 de diciembre de ese mismo año.
Un coche de ensueño, equipado con un motor V12 de 3.929cc y 370 CV que se convirtió en uno de los pocos de su garaje que Sinatra gustaba de disfrutar personalmente y que no dejaba conducir a sus chóferes. De hecho, el Miura le sedujo tanto que el cantante dijo esto en una entrevista: “Se conduce un Ferrari cuando se quiere ser alguien y un Lamborghini cuando ya se es alguien”.
Vuelta al confort
Los devaneos con los deportivos italianos –que el cantante compraba esencialmente por imagen y que acababan vendidos al poco tiempo– no eran impedimento para que Sinatra siguiera fiel a su filosofía del confort y el lujo sobre cualquier otro argumento.
De hecho, en 1958 Sinatra se hizo con el vehículo más costoso y superexclusivo del catálogo de General Motors; un majestuoso Cadillac El Dorado Brougham, diseñado para funciones de representación. Cada unidad costaba 20.000 dólares (más que un Rolls Royce), personalizaciones aparte, y su equipamiento era tan avanzado para la época que ofrecía detalles tan futuristas como radioteléfono, asientos anatómicos con memoria o suspensión neumática.
Con un motor V8 de 6 litros y 325 CV, y unas características puertas traseras suicidas, otros poseedores famosos del Cadillac El Dorado Brougham de 1957-1958 fueron Elvis Presley, Clark Gable y Aristóteles Onassis.
A partir de ese momento, el Brougham se convertirá para siempre y con diferencia en su coche favorito. A Sinatra le molesta tanto no emplearlo para sus desplazamientos diarios que encarga dos ejemplares; uno de color marrón para usarlo por Las Vegas y Los Ángeles y otro de color azul para emplearlo cuando está instalado en su casa de New Jersey.
Y un coche fue también motivo de discordia en la histórica rivalidad que Sinatra mantuvo con Elvis Presley. En 1971, el de Nueva Jersey encargó –las malas lenguas dicen que solo para fastidiar al Rey del Rock– un superexclusivo Stutz Blackhawk por el que sabía que Elvis andaba loco.
Presley, coleccionista compulsivo de coches, estaba tan desesperado por ser el primero que fue al concesionario y se ofreció a participar gratis en campañas publicitarias si le retiraban el pedido a Sinatra y se lo daban a él…
Viejo Chrysler ojos azules
En 1981 Sinatra estaba virtualmente retirado, pero seguía siendo una leyenda. Lee Iacocca, el máximo responsable de General Motors y uno de los mejores amigos del Viejo Ojos Azules, pensó que sería una buena idea fabricar una edición limitada Frank Sinatra Special del cupé Chrysler Imperial.
El superlujoso coche equipaba lo mejor de lo mejor en sonido estereofónico y venía de serie con la colección completa de casetes del cantante de New Jersey, pero su insaciable motor V8 de 5.2 litros no pudo superar las severas leyes antipolución, y únicamente llegaron a producirse 279 unidades.
Fue el símbolo del fin de una era.
Para Detroit y para Frank Sinatra.
Los tiempos de excesos habían llegado a su fin.
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