7 síntomas de que quizá no eres tan buen conductor como crees

Con el paso del tiempo se pueden adquirir hábitos perniciosos al volante.

ser buen conductor
La desconcentración al volante es el gran enemigo del conductor.

Llevas muchos años al volante. Has recorrido miles de kilómetros, quizá demasiados. Lo de conducir para ti ya tiene pocos secretos, es algo casi instintivo, tu habilidad sobre el asfalto no admite discusión. ¿O quizá sí? La rutina no es la mejor aliada para los automovilistas y con el paso del tiempo es fácil adquirir hábitos que pueden resultar perniciosos para la seguridad.

Por eso no está de más realizar un ejercicio de autocrítica para fijarnos en si hemos caído en la dejadez respecto a las normas básicas que todos deberíamos respetar. Estos son siete avisos clave de que algo puede estar fallando.

Mantener la atención

Conducir se ha convertido en algo automático para nosotros, tampoco es necesaria tanta atención para algo sencillo y recurrente. Error. Por mucho que se crea que la situación está controlada, bajar la guardia siquiera un instante puede ser la antesala de un accidente.

Así que pensar que somos tan buenos al volante que no hay problema alguno en responder al móvil, manipular el navegador o encender un cigarrillo es el primer síntoma que, inequívocamente, identifica al conductor prepotente.

Me sobra una mano

Lo de coger el volante de forma académica (con la manos en la famosa posición de las diez y diez del reloj) es solo para principiantes. Un conductor experimentado no necesita una posición tan estricta para tener controlado en todo momento su vehículo. Es lo que piensan muchos… y vuelven a equivocarse.

Lo de conducir con una mano, girar con ambas en el mismo lado del aro o asirlo por debajo son limitaciones obvias a la capacidad de reacción en caso de necesidad. Y no es una cuestión de experiencia, sino de pura dinámica del movimiento de las articulaciones.

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El volante debe cogerse de forma correcta en todo momento.

Los límites no son para mí

La velocidad es algo muy relativo, consideran algunos. Las limitaciones genéricas meten a todos los conductores en el mismo saco, pero cuando uno tiene una pericia contrastada es ridículo respetar las normas con tanta severidad. Una cuestión que, sin duda, puede generar un intenso debate entre los automovilistas, aunque a la hora de la verdad admite pocas interpretaciones.

La convivencia entre los implicados en la circulación no entiende del nivel de pericia de cada uno, así que ignorarlo de forma recurrente solo puede desembocar en una sanción… o en un accidente. Y en ninguno de ambos supuesto preguntarán cuánto tiempo llevamos conduciendo.

¿Para qué tanta distancia?

Cuando uno acumula muchos kilómetros de carretera, conoce mejor que nadie la capacidad de su automóvil y de sí mismo. Se alcanza una maestría que permite controlar el vehículo en situaciones donde los menos expertos no podrían hacerlo. Así que, ¿para qué mantener tanta distancia de seguridad con quienes nos preceden? ¿Para que se nos cuele otro?

Es el planteamiento típico de esos conductores que parecen llevar un imán en el frontal de su coche, una poderosa atracción con la zaga del que va delante. Hasta que llega el frenazo inesperado y entonces no sirve de nada la habilidad o la capacidad de frenada del coche (aunque puedan influir) porque entran en juego las leyes de la física: una enorme masa lanzada a una alta velocidad exige de una distancia mínima para detenerse. La maneje quien la maneje…

El triunfo de la dejadez

Otro pecado capital de muchos conductores experimentados es la dejadez. Se llega a estar tan de vuelta de los principios básicos de esta tarea que se ignoran hasta abandonarlos por completo. En el marco de esa prepotencia irrespetuosa hacia el resto de los usuarios, la desidia les lleva a dejar de accionar los intermitentes, a no encender la iluminación cuando es preciso o a invadir carriles de más sin sentido alguno. Son hábitos arraigados en el conductor sobrado, que lejos de hablar de su conocimiento del asunto lo hacen de su poca educación vial… y vital.

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Los principios básicos deben ser respetados sin excepción.

Trazar como en un circuito

Tomar las curvas puede llegar a ser todo un arte y resulta encomiable intentar dominarlo, por efectividad y por seguridad. La línea que se dibuja al girar el volante influye de forma determinante en las reacciones del vehículo, así que conviene hacerlo con atención, acierto… y prudencia.

Se debe trazar siguiendo esas premisas y sin olvidar, como suelen hacer algunos que creen controlar el asunto como el mismísimo Fernando Alonso, que las carreteras no son circuitos. La costumbre de invadir el carril contrario o el arcén buscando esa eficacia máxima pone el peligro a los demás integrantes de la circulación.

A ver quién me pasa…

Y ya que hablamos de carrera, otra percepción bastante extendida entre algunos automovilistas es pensar que nadie conduce mejor que ellos. Lo dicho, con tantos años de carnet y tantas horas al volante va a venir a pasarme a mí el primero que lo intente.

Piques ridículos y peligrosos, que provocan un riesgo altísimo y carecen de sentido alguno. Primero, porque para demostrar las habilidades como piloto hay escenarios mejores que el tráfico abierto; segundo, porque con absoluta seguridad siempre habrá alguien que conduzca mejor.

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