El asfalto lanza brillos extraños con los primeros rayos de luz del día. El termómetro marca cuatro grados bajo cero, a veces cinco. En las zonas de umbría acecha, silenciosa y amenazante, una fina capa de hielo que se resiste a desaparecer a esa temperatura. Quizá sea solo escarcha, pero mejor no comprobarlo… Circular en esas condiciones se convierte en una cuestión delicada, especialmente en el equilibrio inestable de una motocicleta.
Menos mal que voy en coche. No me gusta el frío y menos los riegos que acarrea al conducir. Así que protejo mi integridad y mi temor desde el habitáculo de un confortable automóvil, calentito mientras comparto carretera con decenas de motoristas con idéntico rumbo que yo. Vamos al mismo sitio, pero ellos son más valientes. Tipos duros, de los que disfrutan de retos tan exigentes como las concentraciones invernales, que en estas fechas se celebran en algunos de los lugares más fríos de España.
He decidido vivir el ambiente de ‘La Leyenda Continúa’ en Cantalejo (Segovia), pero otros miles de moteros más siguen fieles a la famosa ‘Pingüinos’, en Valladolid. Dos que fueron una y en ambas sobran aficionados que desafían a la lógica, al sentido común, casi al instinto de supervivencia. Yo no soy uno de ellos, ya digo, pero sí que quería compartir en su ambiente unas horas para intentar entender un poco mejor cuál es la gracia de todo esto.
Adelanto que, por desgracia, no tengo respuesta para esta pregunta clave. En Cantalejo se congregaron más de 8.000 almas soportando durante la mayor parte del fin de semana temperaturas que rondaban los cero grados, muy inferiores en las heladoras noches castellanas. No es problema. Allí estaban todos tan contentos, al amparo de una hoguera y, mejor aún, de la camaradería que sólo se puede encontrar junto a quienes comparten la misma pasión.
Muchos dicen que no son capaces de explicar qué les atrae realmente de esta experiencia, ni siquiera por qué están allí. Tienen muy claro que les encanta, es suficiente. El destemple pasará, olvidarán esos momentos en los que hay que contener la respiración al no saber lo que depara el asfalto en la siguiente curva, volverán al calor del hogar y a su cotidianidad. Todo quedará atrás menos los gratos recuerdos de la amistad, esos permanecerán en su memoria año tras año. Por eso vuelven. Por eso repiten.
La sensación en un campamento como el de ‘La Leyenda Continúa’ es extraña para quienes no exhibimos semejante capacidad de sufrimiento, quienes carecemos de la voluntad necesaria para enfrentarnos a tales condiciones. Pequeños grupos dispersos en un pinar desangelado, congregados en torno a una fogata que invita a compartir experiencias, sensaciones, quizá incluso preocupaciones. Muchos han recorrido cientos de kilómetros hasta llegar a Cantalejo y la recompensa que encuentran parece tan hostil como el propio viaje. Pero no. Su percepción del asunto es muy distinta y por mucho que nos lo intenten explicar no llegaremos a entenderlo… Se vive o no se vive. Punto.
A diferencia de ‘Pingüinos’, me pareció que el ambiente en esta concentración segoviana (con cuatro años ya de existencia tras una escisión entre organizadores) era más familiar, más auténtico, desde luego mucho menos masificado (en Valladolid hubo 30.000 asistentes). Imagino que es cuestión de gustos, quizá simplemente de cambiar de escenario o de propuestas, aunque sea lo de menos. En ambos casos lo valioso es encontrar a personas dispuesta a llevar su pasión por la moto hasta las últimas consecuencias, toda una declaración de principios diría que vital y que me cuesta identificar en otros colectivos tan numerosos.
El tiempo que permanecí en Cantalejo envidié a estos personajes peculiares, motoristas como yo pero mucho más atrevidos. Llegué a pensar, incluso, que me había equivocado y que debí coger mi moto para llegar hasta allí, hacer frente a mis miedos e intentar doblegarlos. Fue sólo un espejismo. Cayó la noche y con ella el mercurio también se desplomó, la vuelta a la realidad, al convencimiento de que aquello no estaba hecho para mí. Agaché la cabeza con resignación, me metí de nuevo en mi coche y regresé a casa. Parece que las motos también son para el invierno…
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