Durante los pasados meses de julio y agosto fallecieron en las carreteras españolas 52 motoristas, dos menos que en el mismo periodo del año anterior. Obviamente ese descenso mínimo no supone consuelo alguno, son demasiadas tragedias como para ignorar la problemática particular de un colectivo que acumuló durante el verano el 20% de los fallecidos en accidente de tráfico.
Existe al respecto una indiscutible responsabilidad social por el pésimo estado del asfalto, por los miles de kilómetros de guardarrieles asesinos que aún se encuentran en vías de todo tipo, por la laxitud con la que la DGT (al menos hasta el momento) se toma la lacra de las distracciones, especialmente letales para los grupos más vulnerables de usuarios de la calzada: peatones, ciclistas y motoristas. Los que nos gobiernan deberían dejarse de palabrería barata y buenas intenciones para pasar a la acción, minimizando situaciones de riesgo patente e identificables con facilidad, empezando por un firme que compromete hasta lo impredecible la estabilidad de un vehículo de dos ruedas.
Ante todo esto, por desgracia, al margen de confiar en que la democracia actúe como depuradora de negligencias, poco más podemos hacer los ciudadanos. Por ese motivo no quería referirme aquí a las obviedades sino ir un poco más allá y apelar a la responsabilidad propia de los motoristas y a nuestro sentido de autocrítica, si se me permite incluirme como apasionado de ellas. Durante los pasados meses he recorrido miles de kilómetros en desplazamientos cotidianos de mera movilidad y otros tantos como disfrute en mi tiempo de ocio. Y tengo que admitir que lo que se sigue viendo en nuestras carreteras me parece intolerable.
Por supuesto que no caeré en la tentación de generalizar al respecto, entiendo que no todos los motoristas (empezando por mí) enrojecen al resto con esas actitudes. Pero tampoco diré que sea algo excepcional. Cada día yendo al trabajo o los domingo saliendo de ruta con los amigos no son una sino varias las situaciones de máximo riesgo que se pueden presenciar. Maniobras tan ilegales como peligrosas para quienes cometen la infracción pero también para el resto de los integrantes del tráfico, lo que se me antoja doblemente grave.
Estoy harto de ver adelantamientos en línea continua, invasiones del carril contrario por apurar demasiado una trazada, levantadas de rueda en medio del tráfico, velocidades inadmisibles fuera de un circuito, falta de distancia de seguridad con el resto de los vehículos… En fin, el catálogo sería tan variado como lamentable y quien quiera convencerme de que ése no el problema o de que el peligro no surge en tales situaciones no lo conseguirá. Porque precisamente para esos mismos tarados seguirán amenazantes las grietas en el asfalto, los agujeros a la salida de las curvas, el automovilista despistado con su móvil y la cuchilla de una contención metálica esperando su caída como una guadaña…
Una responsabilidad que no es de los legisladores, del Ministerio de Fomento, de la DGT o de la Guardia Civil. Lo demás puede que sí, pero esta quimera os aseguro que no. Insisto en que poco de autocrítica no nos vendría mal, recordar aquel manido argumento de que la carretera no es un circuito y concienciarnos de lo mucho que está en juego cada vez que algún descerebrado con menos neuronas que talento en moto decide saltarse las normas para arriesgar su vida y la de los demás. Eso no es ser motorista, es ser imbécil.
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