Cierta polémica y debate ha suscitado la noticia de que Harley-Davidson pretende tener su primera moto eléctrica a la venta en el horizonte de 2021. La fecha sueña casi a ciencia ficción, de hecho debe serlo porque no deja de resultar algo desconcertante que la marca de Milwaukee haya tomado esa bandera de la electrificación cuando su filosofía está justamente en las antípodas de lo que representan los vehículos de ese estilo. Una decisión que provoca rechazo en muchos de sus incondicionales, resulta indiferente para otros e incluso algunos aplauden pero que, bajo mi punto de vista, ante todo es paradójica.
Conozco, obviamente, los derroteros que está tomando la industria de la automoción, los retos que se plantean en cuestiones de movilidad y la exigencia de adaptarse a un nuevo escenario en el que la tecnología será incluso más importante que la ingeniería. Comparto sin duda necesidad de disponer de vehículos cada día más eficientes, las ventajas que aportará el transporte colaborativo e incluso la conducción autónoma (eso sí que suena a película del futuro y está a la vuelta de la esquina); dicho lo cual, creo que las marcas deben ser fieles a sus principios y especialmente a sus clientes, no sólo los que vendrán sino también a los que la han traído hasta donde se encuentra.
Me parece que la electricidad es una alternativa muy interesante para los vehículos de dos ruedas, de unas cualidades urbanas incomparables, justo el entorno donde las baterías pueden ser definitivas por su suficiente autonomía y facilidad de recarga. Considero, por tanto, que se trata de una tecnología de obligada implementación en determinadas marcas y productos concretos, como por ejemplo los escúteres. Lo que ya no veo tan clara es la necesidad que Harley tiene de dar ese paso al frente con precipitación, cuando por ahora la realidad de la industria de la moto (incluso del coche) va por otros derroteros.
No quiero insinuar con esto que en Milwaukee deban quedarse a verlas venir, permanecer de brazos cruzados y contemplar impasibles la ofensiva de sus competidores en soluciones que quizá algún día sean obligadas. Pero de ahí a lanzar una moto a pilas en el plazo de un lustro me parece que media un abismo. No es Harley-Davidson, en mi opinión, quien debería liderar esa cruzada. Su negocio, su esencia, su prestigio y leyenda se cimentan en valores antagónicos a lo que supone la comercialización (que no el desarrollo, insisto) de una propuesta del estilo del proyecto LiveWire.
Por supuesto que los directivos de la compañía están en su perfecto derecho de tomar el rumbo que consideren para el desarrollo de su negocio, para eso es suyo y de sus accionistas. Lo mismo que sus clientes, que son mucho más que eso según argumenta el propio ideario de Harley, de hacer lo propio frente a esa decisión. Quizá vendiendo motos eléctricas, lo mismo que motos baratas y de calidad cuestionable fabricadas fuera de Estados Unidos, su balance financiero mejore aunque deberían plantearse a costa de qué se produce tal incremento en el beneficio. Si una Harley llega a ser lo mismo que cualquier otra moto entrarán a jugar en una categoría diferente, con reglas nuevas y que pueden obligarles a reformular conceptos hasta ahora asumidos, como el precio de sus productos, su postventa, sus recambios, sus accesorios, su exclusividad… Todo un universo forjado durante casi 115 años de historia que quizá se tambalee en la búsqueda de ese ideal de máquinas (ya no serán motos) sin humo, sin sonido, sin alma.
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