La seguridad sigue sin ser prioritaria para los automovilistas españoles. No es que lo diga yo (aunque también tengo esta sensación) sino que lo refrenda un estudio realizado por la ‘Fundación Línea Directa’ con un dato concluyente: el precio del vehículo y su consumo bajo son los aspectos determinantes en la decisión de compra entre la mayoría de los conductores de nuestro país. Sólo un 25 por ciento de los potenciales compradores de un coche nuevo se muestra dispuesto a gastar más dinero en equipamiento de seguridad, incluso un veinte por ciento de ellos cree que estos dispositivos sólo sirven para encarecer el precio final.
Realizando un ejercicio de autocrítica, quizá los periodistas especializados en la información de motor no estamos consiguiendo transmitir a nuestras audiencias que la realidad es bien distinta. La tecnología salva vidas al volante y los conductores deberían ser más conscientes de ello de lo que parecen que lo son. Y de nuevo me refiero al mencionado estudio de la compañía aseguradora para argumentar tal evidencia. Según sus conclusiones, la utilización de cuatro sistemas concretos de seguridad como son el frenado de emergencia autónomo, la asistencia de mantenimiento de carril, el detector de fatiga y la advertencia de ángulos muertos evitarían el 27,5 por ciento de los accidentes con víctimas que cada año se producen en España (cerca de 23.000). Y más contundente aún, salvarían por encima de las 400 vidas en las carreteras, un 22 por ciento del total. Datos que merecen una reflexión, sin duda…
En mi opinión, dos son los problemas graves en este asunto. El primero de ellos, el más obvio, es que el envejecimiento del parque automovilista español, como consecuencias de la crisis, impide el acceso a estos dispositivos a una gran parte de la población. Se trata de sistemas de relativamente reciente implantación, así que es poco habitual encontrarlos en vehículos con más de un lustro de antigüedad, casi imposible en los que tienen más de diez años y que en la actualidad superan los ocho millones. Por tanto, la renovación del parque resulta acuciante no sólo por la cacareada necesidad de la eficiencia ecológica (que también) sino también por algo, según mi criterio, incluso más importante en términos de inmediatez como es la seguridad.
La otra carencia grave se refiere a la información de los usuarios. El ya citado estudio de ‘Línea Directa’ recoge que el 96 por ciento de los automovilistas encuestados no es capaz de identificar estos sistemas por sus siglas y casi la mitad de ellos incluso ignora si su propio coche los lleva. Mucho por hacer, es obvio, en la difusión de su funcionamiento y ventajas, empezando como ya he señalado por los medios de comunicación y siguiendo por las propias marca junto a su red de ventas. En este sentido, el mismo informe revela que el sesenta por ciento de los potenciales compradores de un automóvil cree que no recibió información adecuada sobre seguridad en el concesionario, centrándose los argumentos del vendedor en otros aspectos. Es decir, tanto esfuerzo de investigación y desarrollo de los grandes fabricantes no encuentra el reflejo conveniente en un punto tan vital de su actividad como es el final de la venta, el contacto con sus clientes.
Son datos todos que deberían ser tenidos muy en cuenta. Creo que éste es uno de los caminos obligados para continuar reduciendo la siniestralidad en nuestras carreteras, mucho más efectivo que la política represiva y sancionadora que tanto parece a entre los responsables del tráfico en nuestro país. Por supuesto que la actitud de los conductores resulta fundamental, pero tanto como que los vehículos que utilicen sean cada día más seguros. El riesgo cero es utópico, así que se debe impulsar que su probabilidad y consecuencia se vean reducidos al mínimo gracias a una mayor implantación de soluciones que son mucho más que argumentos de ventas, se trata de prodigios tecnológicos de enorme ayuda para la conducción.
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