Triumph Bobber Black: cuando la moto elige al motorista

El estilo 'oscurecido' de esta versión refuerza la personalidad de un modelo de inspiración clásica.

Triumph Bobber Black
El atractivo de esta variante salta a la vista y no pasa desapercibido.

Que no todas las motos (ni todos los coches) son para todo el mundo es una evidencia incontestable. Hay algunas que exhiben una personalidad tan fuerte, tan marcada, que parecen ser ellas las que eligen a sus propietarios y no a la inversa, como sería presumible. Es el caso de la nueva versión de la Triumph Bonneville Bobber, una propuesta ya muy especial de la marca británica en su variante conocida y que ahora va un paso más allá con esta Black.

No se podía denominar de un modo más acertado una máquina en la que el color negro lo abarca prácticamente todo. Un aspecto oscuro, un tanto canalla incluso, que va desde el depósito de combustible al chasis, pasando por los escapes, el motor, los pedales, las manetas, el manillar, las llantas, los espejos retrovisores, los guardabarros, las tapas laterales, los intermitentes… De lo poco que llama la atención en otra tonalidad son los falsos carburadores que Triumph suele montar, un guiño a la nostalgia en estas máquinas que ya cuentan con alimentación por inyección.

Una elección cromática que refuerza el carácter de la Bobber Black, como también lo hace la llanta delantera de 16 pulgadas que sustituye a la de 19 montada en la versión convencional. Un detalle que otorga un aspecto también imponente a la zona delantera de la moto, capaz de competir (y no es fácil) en atractivo con una zaga de inspiración clásica: sillín monoplaza suspendido, basculante sin amortiguación a la vista y guardabarros ajustado a la línea del neumático, coronada por una luz de freno de esa misma inspiración retro.

El propulsor de la Bobber es el ya conocido bicilíndrico en línea, con 1.200cc y una potencia de 77 CV, suficientes para la filosofía de una montura como ésta, perfecta para pasear por la ciudad o hacer salidas tranquilas de fin de semana y no tanto concebida para largos viajes o satisfacer de usuarios con pretensiones más deportivas. El motor goza de unos buenos valores de par, con un calado de cigüeñal a 270 grados que le otorga la respuesta y sonido que se espera de la casa británica en esta línea de productos.

Como concesiones técnicas a la modernidad, destacar los dos modos de entrega de potencia disponibles (carretera y lluvia) y un acelerador electrónico que sustituye al típico por cable con dos ventajas consiguientes: una respuesta más precisa e inmediata a cualquier exigencia al puño del gas, además de la disponibilidad con un control de crucero para hacer más cómodos los desplazamientos por carretera.

La posición de al manillar es muy particular, con una altura reducida que facilita las maniobras en parado. Eso sí, los motoristas que midan por encima de 1,75 metros de estatura deberán comprobar que la postura de las piernas les resulta adecuada, no existe demasiado espacio entre el sillín y las estriberas lo que puede provocar ciertas molestias a los más altos.

Dinámicamente, la Bobber Black va mucho mejor de lo que pudiera esperarse por su aspecto retro, con un bastidor que tolera más de lo previsible pese al condicionante que representa una rueda delantera con tanta superficie de apoyo. La frenada tampoco defrauda gracias a sus dos discos delanteros y el complemento de un tercero trasero, así que la Bobber Black es mucho más que simple estética. La suspensión tiene un tarado durillo al que hay que habituarse, idénticamente a lo que sucede con la ya mencionado de la pisada de la rueda gorda delantera.

Pero todo ello es parte del encanto de esta Bonneville tan especial. Insistimos en que la Bobber no es una moto para todos, hay que tener muy claro lo que ofrece y si es lo que necesitamos, buscamos o nos apetece. No se trata de recurrir a la razón sino a la pasión. Y si la Black se ajusta a ese pliego de condiciones, sin duda que no defraudará. Empezando cuando te des la vuelta para mirarla aparcada y comprobar lo bonita que es… Aunque, eso sí, antes habrás tenido que desembolsar en un concesionario 14.350 euros, que no es una cantidad desdeñable para una moto más de capricho que práctica. Pero alguno hay que darse de vez en cuando, ¿no?

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