Se antoja una de esas extrañas paradojas de la historia: Adolf Hitler, el todopoderoso Führer alemán (que nació el 20 de abril de 1889), el hombre que dominaba con mano de hierro los destinos del III Reich…, no podía conducir legalmente por las carreteras de su país.
Y lo curioso es que Hitler era un apasionado de los coches; le encantaba estar al día de las novedades automovilísticas y supervisaba personalmente los modelos que llegaban al parque móvil de la Cancillería. Se sabe que le agradaban los coches norteamericanos y los deportivos italianos, aunque su marca favorita fue siempre Mercedes-Benz.
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Hitler no tenía carnet de conducir
A pesar de ello nunca se sacó el carnet (incluso se dice que nunca aprendió a conducir) y dependió toda su vida de sus conductores hasta para el menor desplazamiento. Adoraba hacer largas rutas, que planificaba con meticulosidad militar y durante esos largos recorridos por las no siempre fáciles carreteras secundarias de la época sus conductores siempre aseguraron que el Führer se mostraba como un compañero de viaje de sorprendente buen humor.
Y debía ser verdad, porque el grado de complicidad que sus chóferes llegaron a tener con el Führer fue tal que este le encargó precisamente a uno de ellos -su favorito, Erich Kempka, fallecido en 1975- la delicada labor de quemar su cadáver tras suicidarse en su búnker berlinés.
Erich Kempka fue el chófer personal de Adolf Hitler desde 1936 hasta 1945. Kempka, miembro de las SS, estuvo presente en la Cancillería del Reich el 30 de abril de 1945, cuando Hitler se suicidó en el Führerbunker. Kempka proporcionó la gasolina para la cremación de los cuerpos de Hitler y Eva Braun en los jardines de la Cancillería.
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