Dicen que el amor mueve montañas aunque nunca ha habido una prueba empírica que lo sustente. De lo que sí hay constancia es de que movió el automóvil construido y patentado por Carl Benz en 1888 en un viaje épico por la zona suroeste de Alemania. Su mujer Bertha y dos de sus hijos, Eugen y Richard, se embarcaron en el primer viaje en coche sin que el propio Benz lo supiera.
Bertha fue un pilar fundamental en el éxito de su marido. El padre del automóvil y Bertha Ringer se casaron en 1872. Gracias a la dote que ella aportó al matrimonio, el joven Carl pudo comprar todas las acciones de su primera empresa. A partir de ahí la influencia de Bertha en el desarrollo empresarial de su marido fue una constante.
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Bertha siempre estuvo a su lado incluso en los momentos más difíciles. En 1886, Carl solicitó la patente de su invento, el primer automóvil de la historia, una innovación que marcaría una época. Aunque la visión empresarial de Benz no era su punto fuerte, la de Bertha fue decisiva. Ella apoyó a su marido desde el principio y creyó que su invento sería un éxito sin precedentes. Pero para poder vender esa nueva forma de movilidad, hacía falta la prueba definitiva: demostrar que el vehículo era fiable y que podía recorrer rutas de larga distancia.
De viaje a Pforzheim
Para demostrar que el Motorwagen model 3 podía venderse, necesitaba completar un largo recorrido transportando pasajeros. Una mañana de agosto de 1888, Bertha y sus hijos se dirigieron al taller donde se encontraba el artilugio, lo sacaron cuidadosamente y lo arrancaron una vez estuvieron a una distancia prudencial de la casa, para no despertar a Carl. Ella dejó una nota en la mesa de la cocina en la que indicaba que se dirigían a Pforzheim, su lugar de nacimiento, pero sin mencionar que habían tomado prestado el coche.
Tras iniciar la marcha se percataron de que iban a necesitar un buen suministro de Ligroin (que era el nombre con el que se conocía a la gasolina en la época) para completar el recorrido. La ligroína se podía adquirir en las farmacias y se dirigieron a la de Wiesloch, que todavía existe a día de hoy y que se ha publicitado desde entonces como la primera gasolinera del mundo.
Se encontraron un sinfín de problemas durante el viaje, más allá de la del suministro de gasolina. El motor era un pequeño monocilíndrico de 2,5 CV con dos marchas. La potencia era insuficiente para superar las pendientes de las colinas del valle del Rin, por lo que Bertha, Eugen y Richard se tenían que apear para empujar el coche.
Problemas con los frenos
Así mismo, en las bajadas se encontraron con el problema del desgaste de las zapatas de freno. Este se accionaba a mano mediante una palanca situada en el lateral del vehículo y actuaba sobre las ruedas traseras. Tratar de detener los 360 kilos del motorwagen en los empinados descensos dejaron las zapatas en las últimas.
Pero Bertha era una mujer con una mente privilegiada y con infinidad de recursos, así que encargó a un zapatero de la población de Bauschlott que cubriera las zapatas con unas piezas de cuero para dotarlas de más durabilidad. Acababa de inventar los forros de freno. Además, era capaz de arreglar cualquier problema que fuera acaeciendo: desde limpiar el conducto de combustible obstruido con un alfiler de su sombrero, hasta aislar un cable de encendido desgastado con la ayuda del elástico de una media.
Tras muchas vicisitudes, consiguieron llegar a su destino al anochecer, quedando plasmado en los libros de historia el primer viaje de largo recorrido con un automóvil. Unos días más tarde emprendieron el camino de vuelta por una ruta más corta, completando así los más de 180 kilómetros de esta singular aventura.
Con este primer viaje en automóvil, Bertha demostró a su marido que su invento funcionaba a la perfección. Además, los muchísimos escépticos que no entendían deshacerse de la tracción animal para viajar, comenzaron a ver un futuro prometedor en la patente de Karl Benz. A raíz de esta primera prueba de conducción, a la patente del motorwagen se le incorporó una marcha más en el cambio y un freno más eficaz.
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Entusiasta del motor en toda su magnitud, preferiblemente los V12. Le dijeron que cuatro ruedas eran mejor que dos, por eso se compró otra moto. Claro que también le apasiona cuando van las cuatro juntas. Ha trabajado como creativo publicitario para muchas marcas de coches y motos e hizo la mili en esto de juntar letras en la editorial Luike.