Hoy en día las alternativas a la clásica dicotomía gasolina/diésel son bastante amplias y, aunque que el foco de interés se centra en la electrificación, otros combustibles como el gas natural comprimido (GNC) se presentan como opciones baratas y con autonomías muy significativas. Su funcionamiento es bastante similar al de los vehículos tradicionales, pero los coches de GNC tienen ciertas peculiaridades.
La primera es el hecho de que, al levantar la tapa para repostar, se encuentran dos boquillas en lugar de una. La primera para la gasolina y la segunda para el GNC propiamente dicho.
Lógicamente, al emplear dos tipos de combustible distintos, necesitan depósitos específicos para ellos, ubicándose los del GNC, por norma general, en la parte baja del maletero, donde habitualmente iría la rueda de repuesto. Se fabrican en acero de alta resistencia con tratamiento anticorrosión, mantienen el gas separado de forma estanca y aguantan una presión de más del doble de aquella a la que se almacena.
El gas se guarda a 200 bares, pero cuando se inyecta al motor lo hace a solo 10 gracias a un regulador de presión que asegura un suministro óptimo del gas. El propulsor funciona con ambos combustibles, aunque por norma general emplea siempre por defecto el gas hasta que se agota, cambiando entonces de manera automática a la gasolina. No hay cambios en la conducción al usar uno u otro combustible, pero el coche informa al conductor a través de un testigo en el cuadro de instrumentos.
Un punto que se cuida bastante es el de los impactos. Sometidos a los test de choque habituales para garantizar su seguridad, cuentan con un sistema añadido de termofusibles ubicados en cada depósito que, en el caso de incendio y altas temperaturas, garantiza que el gas se libere controladamente de una forma constante para evitar grandes presiones.
Sigue toda la información de EL MOTOR desde Facebook, X o Instagram