El escenario automovilístico español se ha transformado de forma radical en los últimos 30 años. Los coches, los conductores, las carreteras… todo es tan diferente que muchas situaciones habituales en los 80 resultarían sorprendentes, incluso inconcebibles, en la actualidad.
A la generación de los millennials quizá le cueste incluso imaginar estampas que, por el contrario, eran cotidianas en la España de los 60 y 70. La motorización incipiente de todo un país daba lugar a costumbres y paradojas que nos confirman cuánto hemos cambiado también al volante. Las siguientes son sólo algunas de las que podríamos rememoras:
Aquí cabemos todos
Llegaba el fin de semana o las vacaciones de verano y había que desplazarse hasta el lugar de descanso. Y el coche era el que era, bastante afortunadas podían considerarse las familias que disfrutaban de lo que para otras muchas suponía todo un lujo. Así que tocaba meterse en aquel pequeño utilitario, como el inolvidable Seat 600: los padres, un par de niños o tres y a menudo el abuelo y la suegra. Sin olvidar, claro está, la jaula con el canario o el perrito de la pequeña de la casa. El equipaje iba directo a una baca sobrecargada y de esta guisa, con el coche abarrotado y con exceso de peso y espacio se ponía rumbo al mar o la montaña. Paciencia, muchas paradas e interminables horas para alcanzar el destino. Tan impensable como ilegal a día de hoy.
El perro del cuello dislocado
Mucho antes de que se pusiera de moda el inolvidable Elvis de cintura cimbreante sobre el salpicadero, el gran clásico de la automoción nacional fue el perrito de cabeza imparable. Un adorno tan popular como irritante en muchos casos, colocado generalmente sobre la bandeja del maletero y que con su cuello dislocado tenía la única función (desde luego no utilidad) de refrendar que el coche estaba en movimiento. Porque su valor ornamental era bastante discutible (pese a que hay quien los sigue llevando en una especie de regresión a su infancia, se venden en Internet), fuese el can de la raza que fuese.
Avería va, avería viene
La fiabilidad de los vehículos ha mejorado de forma imparable con el paso del tiempo y las averías en la actualidad son mucho menos frecuentes que hace treinta años. Hoy la electrónica es el enemigo acechante para los automovilistas (cuando aquello se para hace falta un ordenador para devolverlo a su ser), pero en los 70 y 80 las averías mecánicas era más sencillas y, por fortuna, solucionables incluso en ruta. Estampa habitual en cualquier cuneta, por tanto, la del sudoroso conductor rellenando de agua el radiador en plena subida a Despeñaperros o el manitas que iba preparado con una correa del ventilador para sustituirla en ruta con la previsión de que, seguramente, cascaría.
La seguridad puede esperar
La seguridad es otra de las materias que ha evolucionado de forma exponencial tanto en los vehículos como en las carreteras españolas. Si hoy no imaginamos un coche sin reposacabezas, cinturones en todas las plazas y por supuesto ABS, en los años 70 para muchos eran grandes desconocidos y en el mejor de los casos un lujo que sólo algunos se podían permitir.
A finales de los 60 comenzaron a instalarse reposacabezas en algunos modelos de alta gama pero su generalización aún tardaría más de una década en llegar y sólo en los asientos delanteros; en primer ABS lo presentó Bosch en 1965, dos años antes de que comenzaran a instalarse los cinturones de seguridad de tres puntos, los que ahora conocemos. Y nada menos que hasta 1999 no fue obligatorio su uso en los asientos traseros.
Barra libre de velocidad
Los primeros radares de velocidad se instalaron en España en Madrid y Barcelona a comienzos de los 70. Fueron extendiéndose por el resto del país en las siguientes dos décadas, pero a un ritmo lento e irregular, no siendo hasta bien entrados los 90 cuando se popularizaron hasta llegar al grado de proliferación que conocemos en la actualidad (justificado, entre otras cosas, por los avances tecnológicos que abaratan su precio y mejoran sus prestaciones).
Pero durante mucho tiempo no era tan habitual toparse con uno de estos dispositivos y el control de la velocidad en carretera era prácticamente simbólico. Es cierto que en un determinado momento, asociado al incremento del parque automovilístico en puertas del nuevo siglo, la siniestralidad aumentó y con ella la presión sobre los conductores.
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