La nomenclatura en el mundo del automóvil es de lo más curiosa: ¿qué hace que un coche se llame de una u otra manera? Es fácil pensar que los departamentos de marketing de cada marca hacen estudios de mercado, buscan denominaciones que transmitan los valores que quieren otorgar a determinado modelo o que, directamente, pregunten al usuario cuál les gusta más, como ha hecho Seat con su SUV grande. Pero hace décadas la cosa no era así, y si no que se lo pregunten al Porsche 911.
El ahora icónico deportivo alemán nació en 1964, pero ya se presentó en forma de prototipo un año antes, en 1963. Sin embargo, cuando vio la luz en el Salón de Fráncfort no lo hizo con ese nombre: se llamaba Porsche 901.
Pero cuando fue presentado entró en acción otro fabricante, Peugeot, que mandó una carta a Porsche recordándole de manera más o menos amistosa que poseía los derechos de todos los nombres que incluyeran tres dígitos con un ‘0’ en medio.
Esto pilló desprevenido a Porsche, que tenía previsto rubricar la denominación del modelo en el salpicadero y la zaga con números hechos en metal dorado y que, para cuando se recibió el aviso de la marca francesa, ya se habían fabricado. Para no tirar el dinero y no tener que invertir más, alguien dentro de la compañía tuvo una idea muy sencilla: cambiar el ‘0’ por otro ‘1’, con lo que solo se perdería el 33% de lo invertido en este aspecto.
Y así fue como el Porsche 911 pasó a llamarse 911.
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Apasionado del motor desde pequeño, primero de las motos y después de los coches, con especial predilección por los modelos nipones. Lleva una década dedicándose al sector, formado primero en Autobild y desde entonces en el Grupo Prisa, probando todo lo que haga ruido... o no.