La hegemonía de los SUV en el mercado nacional, como en otros muchos europeos e incluso mundiales, es abrumadora. Durante el pasado año, los coches más vendidos en España fueron los todocaminos de tamaño compacto, con el incombustible Nissan Qashqai a la cabeza. Sus matriculaciones superaron en más de 50.000 unidades las de los utilitarios y compactos, acreedores indiscutibles hasta hace no mucho de las preferencias de los compradores. Y si a este dato sumamos que los siguientes en la lista son los SUV pequeños y los grandes se reafirma que esta tipología ha calado hondo entre los automovilistas.
El cliente es soberano, indiscutible, gasta una cantidad importante en la compra de un coche y lo presumible es que analice con esmero sus preferencias, necesidades y exigencias. Sin embargo, también parece evidente que el arreón de las marcas al segmento de los todocamino incentiva este fenómeno. Es la pescadilla que se muerde la cola: los compradores se interesan por el producto, las empresas del sector satisfacen esa inquietud, la oferta crece y, con ella, las opciones para atrapar al interesado son todavía mayores.
Existen SUV de cualquier segmento, planteamiento y precio, desde derivados de utilitarios a exponentes de la exclusividad de las marcas más lujosas, las mismas que jamás hubiéramos imaginado implicadas en esta batalla comercial. En este contexto, una pregunta que se antoja inevitable es si realmente todos los usuarios necesitan un vehículo de tales características, si no existen alternativas que cubran con más efectividad las expectativas de una mayoría.
Es evidente que sí, tanto como que de nada sirve tener esta certeza cuando las matriculaciones apuntan en otra dirección. El fenómeno viene a refrendar lo que es sobradamente sabido: la compra de un automóvil sigue teniendo mucho de emocional, aspiracional y representativo. Al elegir un coche nuevo se piensa con la cabeza… pero también se siente con el corazón. Los SUV son una propuesta estética que suele convencer a la mayoría, aderezada por un espejismo de incremento de seguridad por sus dimensiones (sobre todo la altura superior) que termina de convencer a muchos.
El comprador quiere un coche bonito, con sensación de robustez, que evoque un determinado estilo de vida y que no chirríe en su entorno habitual. Este pliego de condiciones, o de deseos, eclipsa otros aspectos como la eficiencia (quizá la concienciación medioambiental no sea tanta como pensamos), el dinamismo, la habitabilidad e incluso el precio. Los SUV parecen satisfacer todas estas expectativas y se han cobrado víctimas tan ilustres como las berlinas, arrinconadas prácticamente al cliente empresarial, y sobre todo los monovolúmenes, desaparecidos casi por completo de los concesionarios.
Personalmente no me parece ni bien, ni mal… ni todo lo contrario. Es lo que hay y lo importante es que la industria ha sabido adaptarse a un nuevo escenario y sus clientes pueden estar encantados de la enorme oferta generada para que su decisión no se vea condicionada por ningún tipo de restricción. Los SUV no son una moda, resulta ya indiscutible, aunque quizá su arrollador éxito tenga un efecto negativo en propuestas que podrían ser igual satisfactorias e incluso más en determinados casos.
Por eso considera que es fundamental apelar al manido concepto de compra inteligente. Puede que un todocamino sea el vehículo que necesitamos, tanto como que no sea así. Es difícil escapar de las inercias del mercado, tendencias tan fuertes como la que nos ocupa conquistan incluso a los usuarios más racionales. Precisamente por ello se hace muy necesario un análisis y reflexión que conduzcan al acierto cuando se trata de invertir tanto dinero en un bien de consumo.
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