Sí, admito que el titular que encabeza estas líneas puede parecer una perogrullada. Pero permitidme que me explique un poco más… La evolución en la calidad de las marcas generalistas del sector del automóvil es una evidencia indiscutible, además de una magnífica noticia para los compradores. Por cantidades razonables, propias de modelos medios, hoy es posible disfrutar de un nivel general que hasta hace no demasiado era exclusivo de segmentos muy superiores. Equipamientos, acabados y materiales han mejorado tanto que resulta gratificante para el automovilista ponerse al volante de coches que podríamos definir como populares, tanto por el posicionamiento de la marca como del propio modelo.
Sin embargo, esto no significa que las marcas de representación, las que denominamos premium se hayan quedado a verlas venir, dormidas en los laureles y regocijándose en su propio prestigio. Más bien todo lo contrario. En los últimos meses he tenido la oportunidad de realizar pruebas para la sección de producto de AS de varios modelos de tan noble cuna. Y lo cierto es que las sensaciones que transmiten siguen estando un paso por delante de las que encontramos en la mayoría de los modelos. Quiero decir que ahora desde Hyundai hasta Peugeot, pasando por Renault, Seat, Toyota o Fiat fabrican excelentes automóviles a los que resulta difícil ponerles un pero, sin embargo los nombres que a todos se nos vienen a la cabeza al pensar en coches de alta gama (Audi, Mercedes-Benz, BMW, Jaguar, Lexus…) mantienen un posicionamiento superior en términos de calidad… aunque también de precio, por supuesto.
La brecha entre uno y otro planteamiento se ha reducido indudablemente. No hay que ser millonario para acceder a soluciones tecnológicas que antes sí parecían reservadas a unos pocos. Pero el sobreprecio con el que se ven gravados la mayoría de los modelos de las marcas premium se encuentra plenamente justificado en términos de calidad percibida. En ocasiones son detalles evidentes y otras de matices casi intangibles, mucho más sutiles pero por ello no menos importantes: el tacto de un tejido, el remate de una pieza, el sonido de una puerta, la comodidad de un asiento…
Personalmente, cada año tengo la oportunidad, el placer diría, de conducir unos setenta automóviles diferentes (entre pruebas de larga duración, de un millar de kilómetros, y contactos más breves en presentaciones). Y es precisamente en ese proceso comparativo cuando mejor aprecio las diferencias a las que me refiero, que no siempre aparecen a simple vista. La industria del automóvil es una de las más dinámicas que podemos encontrar (quizá sólo superada por la informática) y esa progresión permanente en todos los segmentos no ha sido ajena a los superiores. Si lo que antes era bueno ahora es mejor, el lujo previo se ha transformado en excelencia. Algo que puedo verificar cada vez que me muevo con uno de estos coches superlartivos, de esos que la mayoría de nosotros jamás se podrá comprar pero que existen para satisfacción de quienes sí pueden hacerlo.
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