¿Pero de verdad son tan malos los de Volkswagen?

Más de dos semanas han pasado ya desde que estalló el escándalo de los coches trucados por el Grupo Volkswagen. Una crisis gravísima para las marcas de este gigante industrial, con enorme alarma social, críticas merecidas y también ataques injustificados. La magnitud de la ‘cagada’ (el término utilizado para definir la catástrofe por su responsable en Estados Unidos quedará para el recuerdo) es inconmensurable y la empresa está pagando con creces el atrevimiento de intentar infligir la ley en su propio beneficio.

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Volkswagen ha sido portada de los medios de comunicación prácticamente a diario durante todo este tiempo… y lo que les queda. Sigo insistiendo en que nunca podré entender cómo un grupo de su poderío tecnológico, su potencial y su implicación con el medioambiente ha podido caer en la tentación de una trampa burda. Dicho esto, también me parece que en líneas generales la gestión de su crisis está resultando ejemplar y ejemplarizante. Es mucho lo que está en juego. Para sus marcas, para la industria de la automoción e incluso para una nación como Alemania, paradigma (o eso creíamos) de las cosas bien hechas. Y es así como el grupo ha reaccionado con la presteza que exigía la gravedad del asunto.

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Me sorprenden ciertas críticas de los tertulianos de profesión, los ataques desmedidos de advenedizos sin conocimiento, las bromas despiadadas de muchos ante una cuestión de enorme trascendencia, los chistes de mal gusto cuando miles de personas se juegan su puesto de trabajo y sin tener responsabilidad alguna en lo ocurrido. El mal ya está hecho y eso no tiene marcha atrás. Pero considero que en Volkswagen han reaccionado con una celeridad y contundencia que ya firmaría yo para muchas otras cuestiones que nos indignan cada poco. Cada demasiado poco…

Vivimos en un país en los que los políticos piensan que la palabra dimisión no existe en el diccionario, de empresarios que defraudan con impunidad, de evasores fiscales que se escudan en la picaresca española para justificarse, de funcionarios que otorgan subvenciones fraudulentas sin pudor. Nos hemos acostumbrado a vivir con ello, resignados a que las cosas tienen que ser así porque nadie es capaz de cambiarlas o a nadie le interesa hacerlo. Sin embargo, nos indignamos hasta límites insospechados porque una empresa sólida y de prestigio ha cometido un error garrafal, sin valorar los esfuerzos que están realizando por subsanarlo cuanto antes y del mejor modo posible. Cuando menos me irrita tanta hipocresía.

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Por supuesto que la jugarreta de un golfo no justifica la de otro. Lo que sí me parece encomiable es la capacidad de asumir las consecuencias de una decisión equivocada y dedicar todos los esfuerzos posibles por subsanarla. El presidente de Volkswagen dimitió en días (veremos si finalmente cobra la indemnización multimillonaria con la que se ha especulado, eso sí que no me gustaría por la cuota de responsabilidad que le corresponde) y le han dado la vuelta a su cúpula directiva prácticamente por completo; la marca ha provisionado una millonada para buscar soluciones al caos en el que se encuentra sumida; se han puesto con presteza a disposición de los clientes para atender sus inquietudes; han suspendido las ventas de los modelos afectados hasta que se encuentre una solución; se han disculpado una y mil veces por la famosa ‘cagada’; informan cada poco de los avances que consiguen y vuelven a disculparse por no poder decir mucho más…

Lo normal, lo lógico, dirán muchos. Sin duda no les falta razón. Sólo que yo al menos no estoy acostumbrado a semejante despliegue de autocrítica y responsabilidad. Puede que los alemanes sí y a ellos cualquier esfuerzo les parezca poco. No es mi caso, ya digo… Lo  que me demuestra tamaño escándalo es que todos, incluso quienes se creen infalibles, podemos equivocarnos. Y hacerlo hasta límites insospechados, inexplicables y con consecuencias imprevisibles. Sólo que lo digno es asumirlo, aceptarlo y aprender del caos; primero para sobrevivir y después para salir fortalecido.

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 Y creo que Volkswagen lo está haciendo. Si en cada uno de los grandes escándalos a los que hemos asistido en los últimos años la reacción de los implicados hubiera sido la de esta empresa, quizá ciertas cosas hoy serían diferentes. No comulgo con el cinismo ni con la demagogia barata. No me gusta regodearme en los defectos ajenos sin reconocer los míos antes. No quiero ser intolerante ni intransigente con los demás más que conmigo. Volkswagen se ha jugado su futuro con cartas marcadas y está pagando un alto precio por ello, pero ahora afronta el reto de evitar la catástrofe. Ojalá lo consiga. Me gustan sus coches cuando no hacen trampas con ellos, que ha sido lo habitual durante tanto y tanto tiempo.  

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