Sobre Harley-Davidson, su futuro y sus clientes

Considerable expectación y cierto revuelo ha provocado Harley-Davidson al hacer público su plan estratégico para los próximos cuatro años. Auténtica revolución de una marca que no resulta indiferente, para lo bueno y para lo malo. Tengo que empezar admitiendo que no soy en absoluto objetivo al respecto, soy un seguidor incondicional de las motos de Milwaukee y esa circunstancia condiciona mi visión sobre el asunto. Por eso planteo las siguientes reflexiones en este espacio de opinión, no se trata de información sino tan sólo mi perspectiva personal (y puede que equivocada) de lo que supone el inicio de una nueva era para la compañía y sus clientes, los que ya tiene… y los que vendrán.

Para comenzar, diría que Harley no propone nada diferente a lo que ya están haciendo la mayoría de las empresas del sector de la automoción. El mundo está en constante transformación y la manera de entender la movilidad lo hace de forma paralela, así que a los actores que quieran intervenir como protagonistas en este proceso no les queda otra que adaptarse a semejante cambio de escenario. En el caso de la moto el desafío me parece incluso superior, el interés de los usuarios por un vehículo que tienen tanto de pasión como de riesgo se encuentra en claro deterioro, sólo hay que prestar un mínimo de atención a la tipología de motoristas actuales para contrastar su envejecimiento imparable.

Lo obvio de tal realidad global es que Harley-Davidson precisa, para su supervivencia en el tiempo, de un enfoque bastante diferente al actual, al menos en cuanto a la concentración de perfiles y objetivos. Insisto en que se trata de un proceso implantado en una industria que maneja la certeza de que nada será igual en el horizonte de sólo unos lustros, podríamos repasar incontables ejemplos en el mismo sentido. La marca estadounidense se apunta a buscar nuevos clientes (como hizo Porsche con su Cayenne… y además diésel), fabricar en países con condiciones laborales más ventajosas (como ya hace Triumph), captar el interés de los mercados asiáticos y su enorme potencial (como cualquiera de las grandes marcas japonesas, por ejemplo Honda), ampliar su oferta de productos (¿no tiene ya BMW una gama de escúteres, incluyendo uno eléctrico) y, por supuesto, satisfacer a sus accionistas (en este punto creo que ni es necesario mencionar una referencia). ¿Dónde está lo extraño?

Una transformación que encuentro inevitable, la clave es la forma en la que se complete. El propio presidente de HD Motor Company (MoCo para los amigos) ha afirmado que la revolución no supondrá, bajo ningún concepto, la desafección de sus actuales usuarios ni el adiós al tipo de motocicleta que ha hecho de esta marca algo tan especial a lo largo de 115 años. Eso es lo trascendental, que cumpla con su compromiso y sean capaces de garantizar la vialidad de la empresa pero manteniéndose fieles a sus principios, a una forma de entender la moto que poco tiene que ver con el resto de la industria.

El reto no es menor y habrá que esperar para saber si lo superan con éxito. Lo que carece de sentido es que sus clientes (entre los que me incluyo, repito) pretendan secuestrar la compañía aferrándose al incuestionable valor de una tradición que lejos de suponer un lastre para su continuidad debería servir de trampolín hacia el futuro. Tener una Harley no convierte a nadie en propietario de la empresa (como beber una Coca-Cola no supone tener derecho a sus dividendos), se puede opinar sobre su estrategia pero no pensar en modificarla y, desde luego, al consumidor siempre le quedará la decisión más trascendente: la de elegir o renunciar a sus productos.

Harley-Davidson lleva más de un siglo superando avatares de toda índole, desde guerras mundiales a batacazos financieros. Y casi siempre construyendo motos maravillosas para su época, quizá no las mejores pero sí las más fascinantes. Por eso me atrevo a decir que se han ganado al menos una oportunidad. Puede que lo que proponen no les salga bien, que se equivoquen en el camino y que defrauden a muchos de sus incondicionales, lo que no significa que no tengan la opción, más bien la obligación, de intentarlo. Y este plan me convence en mucha mayor medida que el simple lanzamiento de una moto eléctrica, algo que critiqué sin reparos en su momento.

No se trata sólo de qué vayan a hacer, insisto en que lo fundamental es cómo lo hagan. Y si llegan a cumplir con el guion, sus clientes, incluyendo los que hoy no lo son, podrán decantarse  disfrutar de una mastodóntica Touring para viajes de ensueño o subirse en una ligera moto eléctrica para surcar la ciudad. Yo tengo claro lo qué preferiré (o puede que no tanto) y la posibilidad de hacerlo tampoco me parece mala solución. Sí, quizá Harley-Davidson sacrifique en ese tránsito una pizca de su encanto, de su exclusividad, de su personalidad, incluso puede que que algunos de sus fieles no se vean ya representados y deserten de la causa. Mejor así que asistir a la extinción de un icono de la industria mundial que promete trabajar por seguir siéndolo. Digo yo…

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