Fue concebido como un vehículo militar, pero desde 1979 el Clase G de Mercedes se mantiene como uno de los todoterrenos más icónicos, capaces y codiciados del mundo. Un segmento cada vez más despoblado en la industria de la automoción, lo que no impide que este modelo excepcional siga disfrutando de un éxito indiscutible (al menos las versiones de combustión) en su última generación, presentada en el pasado año.
La cúspide de su gama es el AMG 63, al menos en cuanto a un precio que supera de base los 220.000 euros. Porque sus 585 CV de potencia se ven superados en un par de ellos en la versión 100% eléctrica del modelo, pese a que no termine de conquistar a los incondicionales de este genuino 4×4. Representa, por tanto, el no va más en su oferta por innumerables razones que van más allá de su rendimiento o su precio. Aunque, ¿realmente tiene sentido una propuesta de tales características?
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La respuesta a este dilema es todo menos sencilla, aunque pudiera parecer lo contrario. Para empezar porque el Mercedes Clase G es de esos coches que eligen a su propietario, más que a la inversa: con su precio elevadísimo se coloca al alcance de solo unos pocos, sin olvidar que su planteamiento de todoterreno de lujo tampoco encaja en muchos perfiles de comprador.
Diseño imperecedero
El diseño del Mercedes G ha evolucionado en su más de medio siglo de vida, pero siempre respetando su seña de identidad estética más reconocible: formas rectilíneas con nulo compromiso aerodinámico. Reconocible desde el primer golpe de vista, su carrocería de 4,87 metros de longitud es de las que entusiasma… o se aborrece. Pocos términos medios admite esta decisión de la casa de la estrella de conservar un ADN que solo un coche de su solvencia puede tolerar con éxito.
Es un todoterreno imponente, inconfundible, que asume su fidelidad al concepto original incluso a costa de pagar tributos como los ruidos aerodinámicos, la pésima influencia en los consumos (aunque eso poco importa a quien puede pagar semejante cantidad de dinero por un vehículo) o avanzar con una especie de pared sobre ruedas que masacra cuantos insectos encuentra a su paso.

En el habitáculo se respira la excelencia de la gama en general y de sus versiones más exclusivas AMG en particular. Calidad, lujo, equipamiento y tecnología justifican que haya que pagar por este 65 más de lo que cuesta un buen piso en muchos lugares de España. Se trata de un producto destinado a personas muy exigentes y Mercedes sabe satisfacer sus necesidades como pocas marcas más.
El listado de su dotación de serie en todos esos aspectos roza lo interminable, además de poder añadir una serie de accesorios tan exclusivos como costosos, capaces de personalizar el Clase G para disfrutar de la gratificante sensación de poseer un coche único, que se sigue fabricando en la planta original de Graz (Austria). En cuanto a la habitabilidad, es la propia de un coche de su tamaño y con formas completamente rectilíneas que permiten aprovechar al máximo el espacio disponible.
Un motor de los que imponen
Con el mismo enfoque de excepcionalidad aparece el impresionante motor de la versión AMG C63. Una unidad de gasolina de ocho cilindros configurados en V para alcanzar los cuatro litros de cubicaje, turboalimentado y capaz de entregar, nada más y nada menos, que 585 CV. Eso sí, la gama G al completo disfruta de un sistema de hibridación ligera de 48 voltios que le otorga la etiqueta Eco de la DGT (paradojas de una legislación que lo propicia pese a sus emisiones de 336 gramos de CO2 por kilómetro).
Con semejante rendimiento, este 4×4 tan campero puede acelerar de 0 a 100 km/h en 4,4 segundos, además de llegar a una velocidad máxima autolimitada a 220 km/h. Lo hace con la efectividad propia de un cambio automático de nueve marchas y con levas en el volante, junto a la indispensable tracción integral. Mientras, para echar el ancla a ese ritmo a una masa que supera los 2.600 kilos en vacío interviene un impresionante equipo de frenos, con discos delanteros de 400 milímetros, que apenas entran en las llantas de 20 pulgadas, junto a los traseros de 370 milímetros.

El resto de la configuración mecánica se basa en el esquema propio de los todoterrenos auténticos. Un chasis del largueros y travesaños, con un doble triángulo en la suspensión delantera trabajando en sintonía con un clásico eje rígido en la trasera. En el caso de la versión más cara de la gama aparecen unos amortiguadores con tres posibilidades de ajustes y que se encuentran conectados entre ellos de forma hidráulica, además de unas barras estabilizadoras activas que tienen como objetivo (y lo consiguen en gran parte) limitar los balanceos de la carrocería.
Tampoco se puede pasar por alto otra de las cualidades principales del Clase G. Una transmisión ideada para alcanzar niveles estratosféricos en la forma en la que se gestiona la potencia en cualquier terreno o condiciones. La caja de transferencias reparte el par en un 40% a las ruedas delanteras y el 60% a las traseras, no podían faltar las valiosas reductoras y, apuntalando tanta efectividad, bloqueos de diferenciales anterior, central y posterior. Si a todo ello se suman los diferentes programas de utilización (que llegan a siete al incluirse tres de ellos específicos para el uso fuera del asfalto), el potencial todoterreno de este coche llega a niveles que muy pocos más pueden alcanzar.
Impresiona en marcha
Todo esto es una somera descripción del despliegue de ingeniería que revela el Clase G AMG C63. Y se traduce en una experiencia de conducción única, con muchas luces y algunas sombras, pero siempre rozando lo extraordinario.
Incluso con sus dimensiones y peso, es un todoterreno que prestacionalmente sorprende, con aceleraciones propias de un deportivo y la embriagadora respuesta (incluyendo el sonido) de su propulsor V8. En carretera se puede ir rapidísimo a su volante, las rectas entre curvas parecen esfumarse a la más mínima insinuación al pedal del acelerador.
Y es cuando toca afrontar esos giros cuando hay que tener muy en cuenta a la velocidad que se llega y los kilos que se deben controlar. Porque su chasis y suspensiones son tan consistentes consiguen diluir esas prestaciones, así que es aconsejable permanecer atentos al ritmo que se circular para evitar alguna sorpresa inquietante, por mucho que se pueda recurrir a las capacidades de su equipo de frenos.
La combinación de prestaciones y masa se traducen en unos consumos altísimos, aunque al comprador de un coche de este precio tal aspecto le suele resultar irrelevante. La marca habla de un promedio homologado de 15 litros por cada 100 kilómetros recorridos, que solo es factible con una conducción altamente eficiente y en condiciones óptimas.

En una utilización convencional, el dígito de los 20 litros aparece con facilidad pasmosa y para superar los 25 a los 100 tampoco hay que presionar en exceso el pedal del acelerador. Así que tocará repostar con cierta frecuencia su depósito de 100 litros, cargando, en consecuencia, unos 150 euros de crédito en la tarjeta bancaria.
El consumo en campo dependerá, claro está, de los desafíos a los que se enfrente el Clase G. Sus capacidades invitan a atreverse con casi todo, puesto que combinando su electrónica con su transmisión es difícil que quede varado en el intento. Le limitan tan solo la altura libre al suelo en la zona de sus escapes con salida lateral y unos neumáticos de perfil 50 que podrían ser algo más generosos en esta cota. Aunque solo en casos muy concretos aparecerán dificultades serias que puedan comprometer las enormes posibilidades de tanta tecnología aplicada a la conducción fuera del asfalto.
¿Para quién es este coche?
Completamos el círculo con la reflexión final sobre el sentido de un producto tan especial y exclusivo como este descrito en esencia (el Clase G C63 da para mucho más). ¿Tiene lógica alguna un coche como este? ¿A quién va dirigido?
La segunda pregunta ofrece, seguramente, la respuesta más sencilla: a quien pueda pagarlo. El precio es un condicionante ineludible y tiene mucho que ver con una característica esencial del G, como es la exclusividad. Su posesión se relaciona, sin duda, con cierto exhibicionismo, una parte de narcisismo y mucho de posicionamiento social o económico.
Quien se sube a este aparato disfruta de esa sensación, valorada por muchos, de disfrutar del no va más de una marca que ya está en la cima por definición, de algo extraordinario e inalcanzable para la mayoría que anticipa bastante sobre su personalidad.
Es cierto que el Mercedes Clase G AMG C 63 es un automóvil extraordinario, pero realmente con más de corazón que de razón. Resultan gratuitas algunas de sus capacidades, innecesarias para un coche que, por supuesto, nunca será el mejor en la carretera y tampoco se pueden exprimir fuera de ella. No son necesarios casi 600 CV para avanzar en cualquier terreno abrupto, entre otras cosas porque muchos de sus usuarios no se atreverán a exigirle el máximo de su potencial off road sabiendo lo que se juegan, aunque sea algo tan básico como arañar una preciosa pintura mate que cuesta más de 8.000 euros.
Se trata, por tanto, de un coche de capricho, de un festival de lujo y tecnología sin demasiado sentido práctico. Aunque al mismo tiempo capaz de hacer soñar a quienes no lo alcanzan y emocionar a quienes lo hacen. Porque la vida es demasiado corta para que el sentido común aleje las ambiciones y los placeres. Incluso los que son tan descabellados como este Mercedes.
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