La Prensa del motor ha disfrutado, tradicionalmente, de una enorme trascendencia para este sector. Más allá de la publicidad y sus condicionantes, los periodistas hemos sido, hasta hace poco, los encargados exclusivos de hacer llegar a los automovilistas el pulso de una industria y mercado dinámicos como pocos. Presentaciones, pruebas, eventos, relaciones públicas… Los departamentos de comunicación recurren a las más variadas estrategias para difundir sus mensajes a través de esa correa de transmisión de la Prensa especializada. El modelo estaba muy asentado, durante décadas el inmovilismo fue patente, pero la revolución de Internet ha pataleado muchas certezas, también en esto, y tambalearse cimientos que se antojaban inamovibles.
No voy a extenderme en estas líneas sobre las alteraciones que ha provocado este terremoto digital, no creo que sea el espacio indicado para ello y existen otros muchos más solventes y especializados en la materia. Mi reflexión tiene principalmente tintes de autocrítica, intento identificar las carencias de un gremio que ha vivido instalado en su zona de confort quizá demasiado tiempo y al que ahora le está costando adaptarse a una nueva realidad, tan diferente como cambiante a la velocidad del más rápido de los deportivos.
Para empezar, a los periodistas del motor (y en general a todos, pero ése es otro debate) se nos ha acabado el cuento de nuestra reputación. Mejor dicho, el vivir al amparo del prestigio (más o menos reconocido en cada caso) de nuestros medios, asumiendo casi como un dogma de fe que nuestra difusión nos colocaba en una especie de pedestal desde el que podíamos observar al sector con una posición de predominio. Aquello era una falacia que se había afianzado gracias al conformismo de unos y otros, además de un relativo beneficio común; pero los soportes on line han venido a darle la vuelta a la tortilla y esos criterios ahora ya son papel mojado (nunca mejor dicho): las difusiones maquilladas, la supuesta trascendencia de nuestras informaciones, los miles de lectores que teníamos y las decenas o cientos de miles de revistas o periódicos que se vendían. Porque ahora, todo se mide, todo se audita, todo se controla, todo se sabe…
Por razones que no vienen al caso, he venido realizando en estas semanas un exhaustivo análisis de la realidad de la información del motor en España, principalmente en los soportes digitales (lo impreso sigue apostando por el continuismo, no sé si a la espera de una muerte dulce). Y mis conclusiones son pavorosas para muchos, aunque también esperanzadoras para algunos. Estudiando los datos de audiencias, de usuarios únicos o de páginas vistas, muchos mitos y leyendas se derrumban, caen por su propio peso lo que podríamos calificar casi como instituciones; en la mayoría de los casos, por una gestión ineficiente e ineficaz de su tránsito del papel a la web, defendiendo un modelo en decadencia en detrimento de otro pujante por el que había que apostar de forma incondicional. Sin necesidad de entrar en tanto detalle, la simple comprobación de los seguidores de los medios o los periodistas especializados en las redes sociales, junto con la difusión de sus informaciones en las mismas, nos lleva a la idéntica sensación de que no es tanto el oro que reluce. Y las grandes marcas del sector ya son conscientes de ello. Nos han pillado…
El lector (por definir de algún modo a quienes consumen nuestros productos en los más variados formatos) es hoy más soberano que nunca y tiene la potestad de expresar sus preferencias de forma contundente y determinante. No me refiero, por supuesto, a una minoría de saboteadores que usan las redes sociales para liberar sus frustraciones, sino a la mayoría de usuarios inteligentes y cualificados para elegir lo que quieren leer, ver o escuchar. Y su huella es imborrable, cada paso que dan en el entorno digital es recogido por potentes robots capaces de dejar al descubierto virtudes pero también vergüenzas.
¿Perjudica esto a la profesión periodística? Yo diría que no. Algunos sin duda que lo hará, a los que han vivido en la dinámica de que todo valía y nada se cuestionaba; para ellos el futuro es poco halagüeño porque su engaño tiene los días contados. Sobrevivirán los que sepan, ante todo, entender que esos tiempos quizá fueron mejores aunque desde luego son historia y sean capaces de adaptarse a un nuevo entorno, mucho más exigente para la Prensa. Estamos al servicio de nuestra audiencia y debemos marcarnos el objetivo de ofrecerles lo que nos demanden, no lo que nosotros consideremos oportuno. La comunicación unidireccional ha muerto, los periodistas ahora más que nunca no somos nada sin nuestros lectores, sin nuestros seguidores en las redes, sus ‘me gusta’ en Facebook o sus retuits en Twitter, sin su beneplácito y complicidad.
Como soplo de esperanza llega una nueva generación de periodistas, de motor y de lo que no lo es, que pertenece a esa especie de nativos digitales que entiende de otro modo la información y la comunicación. Jóvenes que son el pilar para que esta bendita profesión pueda seguir desarrollándose, aunque deben tener la habilidad y la inteligencia de no apoltronarse en las mismas falsedades que sus predecesores para disfrutar del ejercicio de un trabajo que puede ser enriquecedor para quien la desarrolla pero ante todo tendría que serlo para quien lo consume.
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