Hace ya más de dos años que vendí mi última moto de campo. Me rendí, renuncié a una pasión que me ofreció tantos días de felicidad desde que era sólo un crío…. Pero estaba ya cansado de luchar, de toparme siempre con el mismo muro. Cogía mi KTM en un día laborable para no molestar, de esos en los que los periodistas no trabajamos (porque lo hemos hecho durante el fin de semana, no penséis mal), salía de casa e intentaba pasar una mañana tranquila y divertida en la sierra de Madrid. Sencillamente imposible…
Cuando no tenía que darme a la fuga de algún agente de la autoridad, discutía con un caminante que pensaba que ese paraje era de su patrimonio exclusivo o debía soportar los malos gestos o insultos de alguien con esa misma sensación pero desde la superioridad que parece dar ir montado en un caballo. Volvía disgustado y con la sensación de ser un delincuente. ¿Pero por qué? Mi moto era perfectamente legal, matriculada, con su escape y luces reglamentarias, su seguro obligatorio y mi actividad se limitaba a circular por caminos que no sufrían deterioro alguno a mi paso.
Mi conclusión, la que me llevó a la renuncia, fue que estaba peleando contra la hipocresía, la demagogia y el ecologismo mal entendido, enemigos demasiado poderosos para un simple aficionado como yo. Porque es más fácil prohibir que legislar y sancionar que educar. La presión social ha dejado a la moto de campo, de larguísima tradición en nuestro país, en una situación de absoluto desamparo que ahora sufren todos sus practicantes. Y en ellos incluyo a esos pilotos de competición que tantos éxitos nos regalan, triunfos de los que los políticos presumen cuando se consiguen, como una demostración de la magnífica labor de promoción deportiva que están realizando. ¡Valiente desfachatez! Nadie nos ha ayudado, sólo nos han perseguido y criminalizado. Algo así como prohibir los coches porque hay víctimas de tráfico o sus motores contaminan. ¿A que a nadie se le pasaría por la cabeza semejante barbaridad? Pues justo eso es lo que han hecho con la moto de campo. Muerto el perro, se acabó la rabia…
Por fortuna, como los galos de la aldea de Asterix, quedan algunos valientes irreductibles, más que yo, dispuestos a seguir peleando por sus derechos. Aman la naturaleza más que muchos ecologistas de papel mojado y quieren seguir disfrutando de su pasión por ese medio subidos a una moto. Con respeto, con coherencia, con educación, con lógica… Defienden una práctica que se debe regular pero nunca prohibir y eso es justo lo que reclaman. Para hacerlo una vez más, se van a manifestar este próximo sábado, 29 de octubre, en la madrileña Plaza de Colón. Bajo el lema de ‘Sí al deporte, sí al motociclismo’, se celebrará una concentración autorizada desde las 11:00 horas con la que pretenden hacer entender a esta sociedad, que presume de permisiva y dialogante, que es necesario respetar sus derechos, tanto como los de cualquier otro…
Ya no tengo mi KTM (y bien que lo lamento demasiados días), bajé los brazos hastiado de tanta decepción, pero el sábado pienso estar allí, a su lado, porque su reivindicación es justa y ellos son gente honesta. Espero que seamos muchos más los que lo hagamos.
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