El coche eléctrico supera hitos: un viaje de 1.600 kilómetros

En la Gran Ruta Suiza el conductor encontrará una densa red de 300 estaciones de carga repartidas entre hoteles y puntos creados para tal fin.

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El recorrido ofrece paisajes espectaculares. | Fotos: Eduardo Grund

Uno de los tradicionales obstáculos que lastra el interés de muchos potenciales usuarios hacia el coche eléctrico es el temor a quedarse sin batería en el peor momento y el peor lugar. Obviamente también un coche con motor de explosión puede quedarse sin combustible pero las posibilidades de salir con éxito del atolladero todavía se antojan mayores –a día de hoy– que en uno con motor eléctrico. En realidad, viajar con un automóvil eléctrico apenas requiere tan sólo de mayor de planificación que hacerlo con uno convencional. Aún así, los fabricantes saben de este temor reverencial y por ello están comenzando a llenar las carreteras de Europa de puntos de recarga cada vez más rápidos y más frecuentes.

Suiza es uno de los países del mundo pionero en este tipo de infraestructuras. De hecho, desde hace menos de un año ya es posible recorrer de principio a fin en coche eléctrico la denominada Gran Ruta Suiza. Una densa red de 300 estaciones de carga –repartidas entre hoteles y puntos creados para tal fin a lo largo de 1.600 kilómetros permite disfrutar de esta especie de Ruta 66 de los Alpes que atraviesa cinco puertos alpinos, pasa por 22 lagos y doce patrimonios mundiales de la Unesco y une los puntos culturales y paisajísticos más destacados del país helvético. Conviene insistir, sin embargo, en que la ruta está abierta igualmente a vehículos convencionales y que si se trata de eléctricos hay puntos de recarga disponibles también para coches de cualquier marca.

En la web de la ruta los viajeros podrán encontrar todo tipo de datos útiles: información, mapas, red de estaciones de carga para los coches eléctricos, alojamientos y atractivos del recorrido.

De ‘Juego de Tronos’ a James Bond

Instalados en los automóviles, el viaje comienza en Castelgrande; una preciosa fortaleza medieval digna de cualquier episodio de Juego de Tronos y que preside la coquetona localidad de Bellinzona. El castillo está integrado de modo natural en las rocas y fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Situado en el Ticino, el corazón de la Suiza italiana, habremos llegado hasta allí desde Zúrich –la capital económica de la Confederación Helvética– por la ruta de San Gotardo, desde hace siglos el paso natural a través de los Alpes. Es fácil pensar que en un viaje por la Suiza alpina a través de sus carreteras de montaña más salvajes no vamos a encontrar otra cosa que variaciones sobre el mismo tema.
En cierto modo es así y en cierto modo, también, es tan injusto como decir que en un destino caribeño solamente hay playa. Obviamente, lo que ofrece la Gran Ruta es paisaje alpino en su máxima expresión… pero son los matices los que marcan la diferencia.

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Un tramo de La Tremola.

Permite, por ejemplo, pasar de la base de un glaciar directamente a un fértil viñedo. Para ello basta con recorrer los 250 kilómetros que separan Bellinzona de Spietz a través de una de las carretera más míticas e impresionantes del mundo: La Tremola. Sigue un trazado natural por el valle, fue construida a principios del siglo XIX y reconstruida en 1937 y 1941 con cientos de miles de bloques de granito tallados directamente, formando un pavimento indestructible. Resulta difícil no sentirse pequeño ante tanta exuberancia…, y para los conductores resulta difícil igualmente no sonreír al volante ante la perspectiva de las infinitas serpentinas que se enroscan desde Airolo y llegan a los 2.106 metros de altitud del puerto del Gotardo. Enlazaremos con el puerto de Furka, que, con sus 2.229 metros es el punto de mayor altitud de la Gran Ruta. El trayecto hasta el Furka se hizo mundialmente famoso gracias a la película Goldfinger, en la que James Bond lo recorría a toda velocidad al volante de su Aston Martin.

Carácter blanco

El complemento final a un viaje tan intenso plásticamente como este ha de ser, sin duda, la que está considerada una de las ciudades más bonitas de Suiza: la medieval Lucerna. La ciudad del KappellBruke, el maravilloso puente almenado símbolo de la población, sirve para recordarnos que Suiza se está esforzando mucho por mostrar al mundo que es más que esquí, relojes y chocolate. Incluso que es mucho más que un centro de poder bancario. Se trata de un país de contrastes que pasa de la vehemencia italiana a la elegancia francesa y a la austeridad calvinista apenas en dos horas de autopista y que combina con total naturalidad los trenes cremallera de vapor a la última tecnología… y eso es precisamente lo que nos vamos a encontrar a lo largo de nuestro viaje. Es también un país repleto de rincones encantadores y gente deseosa de mostrarlos al calor de una buena charla, frente a un vaso de cualquier excelente vino blanco local o de un Apricotín, un típico licor de albaricoque. Suiza, en verano, también tiene magia. Y su Gran Ruta nos la descubre…

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