Partimos de San Martín rumbo a Eljas a las 10:30, unos 15 minutos de conducción por carretera comarcal. Se trata de una villa perteneciente a la provincia de Cáceres, situada al Oeste de la comarca de la Sierra de Gata. Con algo menos de mil habitantes, es el quinto municipio más poblado de la comarca.
Seguimos hacia Valverde del Fresno, que comparte una amplísima frontera con Portugal. Probamos el asfalto. Hace un día espléndido. Pero acaba lo bueno… ¿o tal vez empieza? Porque de pronto José, nuestro guía local, pone el intermitente para girar a la izquierda. Tiene cierta gracia… usar un intermitente, gesto cívico cuantos haya al volante, para adentrarse en plena naturaleza y en terreno de nadie. Nos esperan más de 30 kilómetros ‘salvajes’, así los llamamos ya, porque es lo que hacemos, conducir lo menos parecido a como lo hacemos en ciudad día a día. Con marchas cortas, cambiando según nos dice el propio coche. Si lo escuchas sabes qué te pide. Desfilaremos por la frontera, entre España y Portugal, literalmente sobre la línea que separa ambos países, a la derecha la Sierra de Gata, a la izquierda la Sierra portuguesa de Malcata.
Hacemos tres paradas, una para grabar y fotografiar la bajada del Ford Ecosport por un cortafuegos a más de 80 km/h. Otra obligada, porque uno de los coches ¡ha pinchado! Sí, alguna piedra ha hecho de cuchillo sobre el camino y ha rajado la rueda de una forma que nunca había visto. Tardamos apenas 10 minutos en cambiarla. Menos mal que la de repuesto es exactamente igual que las de uso y permiten seguir como si no hubiese pasado nada.
La siguiente parada en el camino es para repostar. No, no los coches sino nosotros. Llevamos en el maletero chorizo, queso y morcilla de patata. ¡Brutal! Reponemos fuerzas para la parte de la ruta tal vez más bonita; ya en suelo portugués atravesamos un olivar espectacular. Precioso. Con un bosque de eucaliptos al fondo que también cruzaremos. Suerte venir en primavera. Pena no poder transmitir por aquí cómo huele a verde.
Nos dirigimos ahora a Monsanto, pasando por Salvador, Aranhas y Penha García, donde almorzamos en ‘O’ Jabalí’, restaurante donde degustamos el bacalao portugués de mil formas, prueba de cerdo y, por supuesto, el jabalí. Ahora sí, llegamos a Monsanto, un precioso pueblo al que llaman el pueblo aplastado, porque sus casas se han construido aprovechando las piedras graníticas que un día cayeron rodando desde la montaña que lo preside, a 750 metros de altitud. Cuentan que en los años 70 los portugueses votaron en un concurso para ver cuál era el pueblo más portugués. Decidieron que fuera éste. No nos extraña una vez visitado. Tal vez yo también lo elegiría.
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