Su posicionamiento en la gama Land Rover es el de sustituto natural del Freelander, aunque personalmente el recién llegado me parece mucho más coche que el supuesto predecesor. Se llama Discovery, como el legendario modelo de la marca británica, apellidándose Sport para diferenciarlo claramente de éste, porque resulta evidente e indiscutible que estamos ante un SUV de planteamiento muy distinto. En resumen, un modelo completamente nuevo que se dirige a un sector de conductores que apuesta ante todo por la polivalencia.
Su carrocería de cinco puertas mide 4,59 metros de longitud y en algunos matices recuerda al gran bombazo comercial de Land Rover, el Evoque. Sus líneas no son tan deportivas y quizá sí más elegantes, tiene empaque y ese aspecto de cochazo que apreciarán los que finalmente paguen por él lo que cuesta, que no es precisamente poco.
El precio de la versión de pruebas, con el equipamiento más alto de la gama y el motor más potente, supera los 60.000 euros, con lo que se posiciona claramente por encima de su hermano pequeño y cerca de las variantes básicas del Range Rover Sport. Por tanto, el nuevo Discovery debe esgrimir argumentos de peso para competir con rivales dentro de la propia marca y también con la oferta de la competencia en este peldaño premium.
Y lo cierto es que los tiene. Su habitáculo está muy bien aprovechado para las dimensiones de su carrocería, incluyendo la opción de montar dos plazas extras para una utilización eventual (mejor para niños y no durante demasiado tiempo), mientras que la calidad de sus acabados es exquisita y la dotación de equipamiento del nivel Luxury sorprende por su cantidad y funcionalidad.
La motorización tope de la gama es el motor turbodiésel de 2,2 litros y 190 CV, acoplado a un cambio automático de nada menos que nueve marchas (innecesarias en mi opinión). Un propulsor que no está a la altura del conjunto, no porque sea malo sino porque el resto es muy bueno. De hecho, antes de acabar este año será sustituido por un dos litros algo menos potente pero también más refinado de funcionamiento y ahorrador.
En marcha, el Sport hace honor a su denominación y nos obsequia con un comportamiento dinámico equilibrado; aunque es pesado y alto, sus reacciones se revelan nobles, además de controlables gracias a una dirección precisa y pese a ligeros balanceos de la carrocería.
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